La tercera prórroga concedida por la Unión Europea al Reino Unido tiene un carácter algo diferente a las dos anteriores. Ha salido adelante, pese a la resistencia francesa, porque las elecciones de diciembre próximo, en el caso de que fueran autorizadas por la Cámara de los Comunes, entrañan, al menos teóricamente, la posibilidad de poner orden al caos del último año. Si de las legislativas surge una mayoría revocatoria, no quedará más remedio que someter el brexit de nuevo a referéndum; si, por el contrario, tal como apuntan los sondeos, Boris Johnson logra la mayoría en el Parlamento, no quedará otra que aplicar el acuerdo cerrado por el premier con Bruselas una vez aprobadas las disposiciones legales que lo hagan posible.

Dentro del acostumbrado galimatías asociado al brexit, este episodio es menos confuso que la mayoría de los anteriores. Por de pronto, los Veintisiete adelantan que la prórroga excluye la renegociación del acuerdo y exigen al Gobierno británico que se atenga a las obligaciones propios de un miembro de la UE, incluido el nombramiento de un comisario que se incorpore al equipo de Ursula von der Leyen. Ese es un gesto más que simbólico, porque Johnson descartó de entrada tal posibilidad, y vuelve a situar al primer ministro en una situación poco airosa frente a la opinión pública brexiteer, que desde julio estaba convencida de que la salida sería el 31 de octubre, con acuerdo o sin él, y ahora tendrá que esperar hasta el 31 de enero salvo que se aceleren los acontecimientos y el divorcio se consume antes.

Sigue la incógnita

Nada está decidido, aunque los tories sienten que parten con una confortable ventaja electoral de salida. Sin embargo, la negociación en el Parlamento británico es compleja, pues todos los bloques afinan para que las fechas se vuelvan a su favor. Así, ayer se echó para atrás la propuesta de Johnson de celebrar elecciones el 12 de diciembre, mientras los liberales demócratas y los nacionalistas escoceses han propuesto el 9 de diciembre, fecha en la que los estudiantes no han vuelto a sus casas y se podría producir una mayor movilización del voto de los jóvenes, menos favorables a la salida de la UE. Pero ponen como condición en esta nueva propuesta --y los laboristas, que se han abstenido, decantarán la balanza-- que la aprobación definitiva del brexit. Así, el premier no podrá acudir a las urnas exhibiendo un brexit resuelto como prometió a sus votantes. La situación es endiablada. Todo es posible en una confrontación entre bandos defraudados: el conservador, porque el brexit nunca llega, y el europeísta, a causa de la tibieza de la dirección laborista en apoyo de la permanencia. Una vez más, la tozuda realidad se ha impuesto a las promesas grandilocuentes de Johnson, y ahora habrá que ver qué coste político tiene la tensa espera que se abre.