El asesinato de Laura Luelmo, la joven zamorana cuyo cadáver fue hallado este lunes a varios kilómetros de El Campillo (Huelva) con claras muestras de violencia, incrementa lamentablemente el número de víctimas mortales por ataques machistas en lo que va de año. No se trata de casos aislados, sino de asesinatos en los que a las víctimas se las mata por el mero hecho de ser mujeres. De manera habitual, según las estadísticas, los ataques machistas se llevan a cabo en un 80% a manos de hombres del entorno de la víctima, pero -como ocurre ahora con Laura Luemo, recién llegada como maestra a El Campillo, y sin apenas tiempo de conocer a sus vecinos- también se producen en circunstancias cotidianas (como ir a correr o pasear por la calle) sin más causas que el impulso de depredación animal. La misma víctima retuiteó hace meses un mensaje que es toda una declaración de intenciones para luchar contra la violencia: «Te enseñan a no ir sola por sitios oscuros en vez de enseñar a los monstruos a no serlo; ese es el problema». Porque ahora tenemos que hablar por desgracia de una muerte, pero a menudo hemos de referirnos a terrores de cada día, a la impunidad de gestos o agresiones y violaciones, al miedo al llegar a casa, a la imposibilidad de llevar una vida libre de amenazas o temores. Los hombres salen a correr de noche y no tienen miedo de ser violados o asesinados; las mujeres, sí. Esa es la diferencia que lo explica todo. El lema #NiUnaMenos ha de imponerse como absoluta necesidad, a través de más educación, de un mayor esfuerzo institucional y de una justicia más radical.