Un mes después de que Carlos González y Jesús León firmasen el contrato de arras para el traspaso del paquete mayoritario de acciones del Córdoba CF, el viernes por fin culminó en un despacho notarial de Madrid la operación que pone punto y final a la etapa de la familia González al frente del club blanquiverde. Por fin, después del regate que en los últimos días generaron las desavenencias por las garantías de los pagos en los que se han dividido los 9,5 millones de euros en los que se ha cerrado definitivamente la operación, para el Córdoba CF se hace la luz para una nueva era que tiene que venir marcada por la estabilidad de una sociedad que con Jesús León cuenta ya hasta nueve presidentes y seis propietarios distintos en los 16 años que han transcurrido desde que se constituyó en sociedad anónima deportiva.

A la vista del desenlace de los acontecimientos que han precedido a la compraventa del Córdoba, tenemos que reiterarnos en las convicciones que manifestábamos hace unas fechas. Dejamos atrás un periodo sacudido por lo imprevisible de muchas de las decisiones de Carlos González, por su falta de transparencia y un distanciamiento con la ciudad que ha desencadenado en una sucesión de frentes en distintos ámbitos institucionales y sociales, algunos de los cuales todavía están pendiente de que se diriman en los propios tribunales de justicia. Durante la gestión de la familia González, el Córdoba no ha llegado a gozar de estabilidad a causa de las tensiones que de forma permanente han ido apareciendo por el camino. La relación ha sido casi nula con el actual equipo de gobierno del Ayuntamiento; a los accionistas minoritarios se les ha negado el acceso a las asambleas por discrepar de forma abierta con su gestión; las peñas se encuentran divididas y a los partidos en casa apenas va la mitad de la masa social; por último, González expulsó a los veteranos de las instalaciones de El Arcángel.

Tras el cambio de rumbo que el viernes quedó sellado ante notario, confiemos en que los nuevos directivos cambien los códigos empleados por Carlos González, que, ha pretendido compatibilizar su legítima defensa patrimonial del club con gestos rayanos en el desprecio a la ciudad, a sus valores y a la propia afición.

El Córdoba tiene que empezar ya una nueva etapa en la que jamás se pierda la obligación de mantener una identidad de objetivos e intereses entre el club y la propia ciudad. Si solo manda el criterio de los intereses personales, la ciudad, el club y la imagen de Córdoba es lo que sale más perjudicado, como así ha sucedido. Hay que escarmentar de lo vivido. Nunca se puede disociar ni alejar tanto la identificación de una ciudad con su club. Es de obligado cumplimiento que la ciudad y la afición vuelvan a sentir la pasión por los colores blanquiverdes de la que siempre han hecho gala. Ese el camino más recto hacia el éxito.