El Córdoba CF ha tocado fondo. O, para ser más exactos: esperemos que el Córdoba haya tocado fondo. Su muerte anunciada en la liga profesional se confirmó el domingo pasado en el estadio Gran Canaria, el mismo que en el 2014 fue escenario de su histórico --y efímero-- ascenso a Primera División. Cinco años después, el equipo blanquiverde no ha sido capaz de resistir en Segunda y regresa a Segunda B, un pozo en el que la experiencia demuestra lo fácil que es eternizarse. El descenso de categoría, no por esperado es menos doloroso. Durante el último año, la afición ha visto cómo se pagaban, casi matemáticamente, los errores de planificación del verano pasado, que, sumados a los excesos cometidos la temporada pasada por la administración del club han tenido como consecuencia negativa un límite presupuestario que ha condicionado la temporada. El presidente, Jesús León, debe afrontar de inmediato la regulación del pago a empleados y proveedores y alejar el riesgo de un descenso inadmisible a Tercera División. Debe dar explicaciones sobre la situación financiera y sobre las decisiones adoptadas, sobre todo las tomadas tras consejo de su círculo de confianza dentro del Córdoba.

El club pide una reestructuración profunda que debe partir de una autocrítica sincera y dispuesta a tomar decisiones. Por ejemplo, aclarar la función de una dirección general que no se sabe por qué se creó y qué trabajo ha hecho la persona que la ocupó. El cambio en ese cargo es obligado. Por el contrario, la dirección deportiva, que, como el entrenador, siente los colores del equipo, trabajó con grandes dificultades y con el menor presupuesto de la categoría. Ha sido triste constatar que algunos jugadores no querían venir, o se querían ir, o hubo que mantener a algunos que ya en el pasado reciente habían mostrado su pésimo resultado deportivo. Ha faltado más responsabilidad y entrega de los jugadores hacia el club, hacia una afición que casi hasta el último momento ha estado alentando con entusiasmo a su equipo, y hacia la propia ciudad.

Un cúmulo de desaciertos han llevado al Córdoba hacia su posición actual, que puede complicarse por las razones económicas señaladas y por el embrollo judicial entre los actuales y anteriores administradores, punto este que no debería influir negativamente en el proyecto deportivo. Es el momento de que el club se plantee muchas cosas, especialmente si de verdad quiere recuperar su sitio en el fútbol profesional. Una ciudad como Córdoba no se merece tener un equipo en una posición casi marginal. La responsabilidad está en sus gestores, y las instituciones deben mantenerse vigilantes, pues el Córdoba es un proyecto de ciudad que no debe quedar al libre albedrío de los señores del fútbol.