La jornada de ayer, en la que se cumplieron cinco años de la declaración de los patios cordobeses Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, ha sido una fecha para celebrar, pero también para constatar que Córdoba necesita perfilar con más claridad su plan de acción a largo plazo para su fiesta más singular, y que los peligros de masificación y de pérdida de identidad siguen acechando. Hay muchos aspectos positivos que se pueden señalar en este periodo que, en cierto sentido, ha sido de «tanteo y retracto» del Ayuntamiento y de los cuidadores sobre la manera de combinar el cuidado de los recintos con la rentabilidad en términos turísticos. La tendencia a la masificación, que ya se había iniciado antes de la declaración de la Unesco, se acentuó, como era de esperar, y el impacto ha sido tremendo, en todos los sentidos. Por una parte, el nombre de Córdoba ligado a la belleza de sus patios, a la autenticidad de una forma de vida que se abre generosamente al visitante en una experiencia única, ha sido un gancho irresistible. Por otra, era imposible que la ciudad estuviera preparada para esa avalancha, que ha intentado reconducir con diversas fórmulas de recepción y atención al turista, y que cada año se van perfilando en un intento de corregir fallos y ampliar el fenómeno patios a otras fechas y actividades. Porque los riesgos son de sobra conocidos: desnaturalizar las características que ha reconocido la Unesco, decepcionar al visitante, impedir una vida normal a los vecinos de los barrios, provocar una masificación que no es rentable (esos autobuses que traen y llevan a los grupos en unas horas) y convertir en frío negocio lo que debe seguir teniendo alma y ser una forma de vida, que precisa el relevo generacional entre los cuidadores.

Pero, como decíamos, en este periodo se ha avanzado, de la mano de las asociaciones de cuidadores, con iniciativas interesantes, como la apertura en Navidad, las rutas guiadas, los patios institucionales, la puesta en marcha del centro de interpretación en la calle Trueque, la incorporación de nuevos recintos o la apertura fuera de concurso de patios de casas señoriales, museos, hoteles… Este año, el mecenazgo privado que ha propiciado el Festival Internacional Flora ha añadido un impacto de gran calidad. Y es, por cierto, un tema que requiere insistir: los patios necesitan apoyo económico y no solo de las instituciones, pues el sector privado, el gran beneficiario, debe aumentar su colaboración.

Transcurrido un lustro de la declaración de París hay mucho que celebrar, pero también hay mucho que planificar. El periodo transcurrido, con sus sombras, ha sido positivo y los aspectos a corregir o mejorar están claros. Los patios se han convertido en un soporte clave de la marca Córdoba --que se va extendiendo a la provincia-- y como tal requieren que se pongan las miras más allá del efecto inmediato. Celebremos, pero con cautela y una exhaustiva agenda de trabajo.