Comparar las consecuencias del caso del guardaespaldas de Emmanuel Macron con el ‘Watergate’ que se llevó por delante a Richard Nixon en EEUU es, por el momento, una exageración, pero el incomprensible y hermético silencio del presidente francés no hace más que agrandar el escándalo desatado por los actos de violencia cometidos por Alexandre Benalla y convertirlos en una verdadera crisis de Estado. De momento, el secretario general de la presidencia, colaborador muy próximo de Macron, y el ministro del Interior, han sido llamados a declarar ante el Senado. El caso Benalla, destapado por Le Monde, se inició como un caso de abuso de autoridad del responsable de la seguridad del presidente mientras ejercía violencia contra unos manifestantes el pasado 1 de mayo. Sin embargo, pronto emergieron otros aspectos alarmantes. La proximidad del encausado con Macron, las prebendas de las que ha gozado y su actuación paralela a las fuerzas de seguridad del Estado han despertado las alarmas. El intento de acallar la actuación del guardaespaldas y el silencio del presidente están corroyendo su autoridad. Macron llegó al Elíseo prometiendo una nueva forma de hacer política. Cuando hace poco más de un año de su elección presidencial, una forma tan vieja de mal Gobierno como es el encubrimiento de un colaborador ha desatado y con razón la indignación entre la clase política y la sociedad.