Como cabía esperar, la sesión constituyente de la XIII legislatura comenzó ayer en el Congreso de los Diputados con un atronador ruido de fondo compuesto de gestos innecesarios, bronca y discrepancia. Los diputados independentistas volvieron a acaparar el protagonismo, muy especialmente por la estampa sin precedentes de la toma de posesión de los parlamentarios presos de ERC y JxCat --Oriol Junqueras, Jordi Sánchez, Josep Rull y Jordi Turull--, que expresaron su acatamiento a la Constitución Española envuelto en los consabidos «por mandato legal» y reivindicando su supuesta condición de «presos políticos», el supuesto «mandato» del 1-O y la república catalana. Todo ello con protestas y ruido de los parlamentarios de Cs, Vox y parte del PP y la protesta expresa del líder de Ciudadanos Albert Rivera, que la presidenta del Congreso, Maritxel Batet, no ha atendido. No han sido las únicas promesas «imaginativas», pues también ha habido coletillas de Vox, de los Comunes y de Unidas Podemos, rodeadas de gritos y abucheos, en un clima poco edificante. Pero si el comportamiento de los independentistas ha sido ofensivo para la mayoría de los diputados y para la sociedad española, por cuestionar con falsedades la democracia --argumentos que su propia presencia en las Cortes desmentía--, eso no quita que se pueda sacar una conclusión: más o menos contentos, todos han acatado la Constitución.

El arranque da idea de lo que aguarda: una legislatura compleja y llena de aristas, en la que la primera reunión de la Mesa del Congreso deberá abordar la suspensión de los diputados presos, y en la que la futura sentencia del juicio del procés y el «problema catalán» seguirán pesando en exceso sobre la vida institucional de nuestro país. Pero, al tiempo, la sesión de ayer demostró la madurez democrática de un sistema que ha soportado estas ofensas sin quebrantarse, al tiempo que los 175 votos que han permitido la elección de la presidenta del Congreso (PSOE, Unidas Podemos, PNV, CC, Compromís y PRC) apuntan a que Pedro Sánchez podrá conseguir sus objetivos de presidir el Gobierno y, aunque para los grandes acuerdos precisará mayorías más holgadas, el día a día parece garantizado.

Se inicia, por tanto, una legislatura que será muy difícil, en la que se pondrá a prueba la capacidad de diálogo, en la que al PSOE le espera una dura negociación con Unidas Podemos y resto de fuerzas políticas --negociación que se verá condicionada por los resultados de las próximas elecciones municipales y autonómicas del 26-M-- para intentar gobernar en solitario, pero que, a fin de cuentas, parece una legislatura posible y hasta duradera. El cambiante escenario no permite asegurar nada, solo certificar que las dificultades continúan y continuarán.