La pretensión de Boris Johnson de negociar un nuevo acuerdo para la salida ordenada del Reino Unido de la Unión Europea es del todo inaceptable no solo porque Bruselas ha dicho por activa y por pasiva que el único compromiso posible es el acordado en su día con Theresa May, sino porque el nuevo premier quiere liquidar el backstop (frontera blanda entre las dos Irlandas). De aceptar los Veintisiete tal cosa, pondrían en riesgo la vigencia del acuerdo de Viernes Santo de 1998, que pacificó el Ulster, y perjudicarían a uno de los integrantes del club, la República de Irlanda. No hay duda de que detrás del imprudente objetivo de Johnson está la imperiosa necesidad de consolidar con los unionistas norirlandeses una mayoría en los Comunes, pero los peligros que entraña zanjar el backstop son enormes para ceder en este punto. En realidad resulta inaceptable para los socios de la UE volver a la casilla de salida porque todos ellos son conscientes de que el brexit será perjudicial, y al menos una salida pactada limitará los daños. Cree Johnson equivocadamente que la negociación de un nuevo acuerdo dividirá a los europeos, cuando lo cierto es que todos los gobiernos son conscientes de que solo una defensa sin fisuras del texto acordado el año pasado puede suavizar los efectos del brexit. Hace falta que el primer ministro haga un ejercicio de realismo para que se percate de que en la UE no hallará cómplices que secunden un divorcio a su gusto.