El crecimiento de la economía española acumula datos que apuntan a una previsible desaceleración del ritmo alcista de los últimos años. La zona euro no pasa por sus mejores momentos y la locomotora alemana ha frenado, en parte por el influjo de la guerra comercial entre EEUU y China. En este panorama la cifra del paro registrado en enero levantó todas las alarmas al dispararse el desempleo. Febrero no ha despejado todas las incógnitas. Las afiliaciones a la Seguridad Social han vuelto a crecer, pero el saldo total es negativo y se han perdido más puestos de trabajo de los que se han creado. Al frenazo alemán hay que sumarle los nubarrones que se ciernen sobre la industria del automóvil tradicional y las dificultades de la construcción. Las cosas no van mal pero la alegría se ha vuelto a perder. Las bases del crecimiento eran débiles y la suma de incertidumbres lo hacen vulnerable. Además, hay que sumar la inestabilidad política por el conflicto catalán, la frágil legislatura de las Cortes que acaba --con dos presidentes en minoría-- y un aluvión de elecciones en abril y mayo. La incertidumbre sumada a la inestabilidad son malas consejeras para la política económica, que en España lleva un par de años sin ser previsible, sometida a todo tipo de vaivenes. Convendría que la excitación electoral, también la que se vive en Bruselas, no pusiera más leña en el fuego de la falta de un horizonte político y económico más claro.