Las relaciones turbulentas entre la Federación Española de Fútbol y la Liga, la entidad que congrega a los clubs de Primera y Segunda División, vienen de lejos y se resumen en una confrontación por dirigir la estructura, el desarrollo y los beneficios de las competiciones profesionales. Se trata, en fin, de un conflicto entre quien establece las normas, diseñando el marco deportivo, y quien organiza el negocio y comercializa los derechos de imagen. Con Ángel Villar en la cúpula de la Federación, la guerra ya estaba servida, pero se ha recrudecido con la presidencia de Luis Rubiales, en una batalla constante con el polémico Javier Tebas. Los últimos episodios tienen relación con el convenio de coordinación que finaliza el 30 de junio y que no tiene visos de renovarse, pese a la intercesión del CSD. Hay intereses encontrados en los horarios de los partidos, que fija la Liga pero se supeditan a nuevos criterios aprobados por la FEF (como no jugar los lunes), en el nuevo formato de la Copa, en el reparto de ganancias, el fútbol femenino o la posibilidad (frustrada esta temporada) de disputar encuentros de la Liga fuera de España. El fútbol español fluctúa entre estas dos aguas que no bajan tranquilas, en un ambiente crispado en el que no deberían salir perdiendo los aficionados sometidos a horarios intempestivos ni los clubs pequeños o medianos que ven como una amenaza los planes de reforma de las competiciones continentales.