Miles de personas decidieron regresar a su casa, después de las vacaciones de Navidad, en autopistas de pago y autovías. Y se vieron atrapadas durante horas porque una tormenta de nieve anunciada desde hace varios días colapsó las vías. En Andalucía hubo mejor suerte, pues, aunque el temporal también afectó a las comunicaciones, no hubo incidencias mayores. Varias carreteras andaluzas tuvieron que ser cortadas, ayer mismo la autovía que une a Córdoba con Málaga, o era obligado circular por ellas con cadenas en las provincias de Granada y de Cádiz como consecuencia de la nieve acumulada en las últimas horas. Pero no impidió que los conductores que circulaban por esas vías llegasen a sus puntos de destino.

Eso fue lo que sucedió este fin de semana sobre todo en la autopista AP-6, y la reacción del Gobierno ante la estampa de largas colas de coches en vías nevadas es culpar a todo el mundo (a la concesionaria de la autopista, a los propios conductores por cometer la osadía de querer regresar a casa...) menos a quienes debían velar por el correcto desarrollo de la operación retorno, que no son otros que la DGT y su responsable político, el ministro del Interior, Juan Ignacio Zoido.

Si bien es cierto que los conductores estaban avisados de que la tormenta iba a ser severa, también lo es que las carreteras estaban abiertas y que, una vez se hizo patente el colapso, el dispositivo para rescatar a los vehículos atrapados tardó horas en abrir las vías. Resulta cuando menos incongruente que desde Interior se afirme que los conductores no deberían haber estado en las carreteras porque se había anunciado temporal cuando el responsable de Interior estaba en el palco del Sánchez Pizjuán presenciando el derbi sevillano de fútbol y el director de la DGT seguía el dispositivo desde su casa. Ellos tampoco parece que estuvieran donde debían ante un temporal en plena operación retorno de las vacaciones de Navidad.

Es necesario no solo que el Gobierno dé explicaciones de lo sucedido, sino que se estudien las causas y que se depuren las responsabilidades. Más allá de que la concesionaria de la vía rápida y el Ejecutivo se trasladen mutuamente la responsabilidad del desastre, es evidente que la reacción a la emergencia resultó calamitosa. No es la concesionaria de la autopista la que debe rescatar a la gente atrapada durante horas en sus coches, en algunos casos en situaciones extremas, sin agua ni comida ni combustible para mantener encendida la calefacción del vehículo. Y para la reflexión queda que, una vez más, un temporal de nieve convirtió a las carreteras en ratoneras y provocó el caos, con el agravante de que en esta ocasión las previsiones meteorológicas fueron precisas y que no puede alegarse el factor sorpresa. No hay que resignarse a que caos de este tipo sean inevitables. No lo son.