Hay un aspecto que los servicios de atención social no pueden cubrir, por más medios que se destinen a tales fines: el afecto que recibe un niño en un entorno familiar, el aprendizaje de la convivencia y de las normas que le permitirán ser un adulto responsable e integrado en la sociedad, la escolarización y el disfrute de relaciones con personas cercanas y de plena confianza. Esto es lo que se intenta procurar a los menores que quedan bajo la protección de la Junta de Andalucía una vez retirada la tutela a sus familias biológicas, en muchos casos por negligencia en el cuidado, abusos o malos tratos. En Córdoba hay casi 300 niños en estas circunstancias, en familias de acogida a las que llegan por mediación de la asociación de voluntarios AVAS, en su mayor parte por el sistema de acogimiento permanente, y en otros casos por acogimiento de urgencia o que requiere un trato especializado por alguna discapacidad o necesidad singular. Estos menores podrán mantener el vínculo con sus familias biológicas, pero, gracias a la generosidad de las familias de acogida, su vida se desenvuelve en un entorno seguro y están bien atendidos. No es un paso fácil el del acogimiento, y nadie puede garantizar el éxito, dado que la mayoría de estos menores ha sufrido mucho. Las familias deben prepararse y recibir formación para saber cómo actuar, y emplear altas dosis de empatía y esfuerzo. La recompensa está en la labor realizada, en ver crecer a estos niños recuperándose del dolor sufrido y con esperanza en el futuro. Evitar que acaben en centros de protección de menores, sobre todo los más pequeños, es el objetivo del programa, en el que las familias deben tener claro que no son hijos adoptados, aunque en algunos casos lleguen a alcanzar la mayoría de edad con ellos. En estos momentos, hay 44 niños en Córdoba a la espera, y también se precisa apoyo para atender a grupos de hermanos. El paso es importante, pero puede hacerse mucho bien. La sociedad puede sentirse orgullosa de la generosa decisión de estas familias.