Los esfuerzos de última hora de Recep Tayyip Erdogan para atenuar el retroceso del Partido de la Justicia y el Desarrollo en las elecciones municipales que se celebran hoy en Turquía parecen insuficientes para evitar la victoria de las candidaturas de oposición en Ankara, la capital, y quizá en Estambul. Una eventual derrota del islamismo político en la puerta turca de Europa resultará especialmente dolorosa para el presidente, que gobernó la ciudad entre 1994 y 1998, y cimentó en ella su ascenso hasta la cima del Estado, pero los efectos de la crisis económica son demasiado perceptibles como para creer que Erdogan saldrá indemne de la prueba. Ni siquiera los precios subvencionados desde fecha reciente de algunos alimentos parece un gesto útil para conjurar los presagios de las encuestas. Añádese a ello los tics autoritarios del poder, la tendencia de Erdogan a ocupar todos los espacios políticos sin especial apego a los compromisos democráticos, y se entenderá que el de ahora no es el mejor momento del presidente y de su partido. Turquía ha pasado de la euforia económica y el acercamiento a Europa a una nueva fase, con la mirada puesta en Oriente Próximo, la alianza con Rusia y la intromisión en Siria para controlar a la comunidad kurda, y en este viaje ha perdido muchas de las señas de identidad del islamismo posibilista encarnado por Erdogan en el 2003, cuando fue investido primer ministro.