La reunión este fin de semana en Japón de los 20 países más desarrollados del mundo, el G-20, llega en un momento de máxima tensión en las relaciones internacionales. La guerra comercial abierta entre Estados Unidos y China es hoy la principal amenaza al crecimiento económico y podría llevar, si se descontrolase, a un periodo de recesión tanto o más fuerte que el que vivimos con la crisis de la deuda hace poco más de 10 años.

A esta inestabilidad se suma la creciente tensión armamentística tanto en el Golfo Pérsico como en Oriente Próximo y entre las antiguas potencias como Rusia y, de nuevo, Estados Unidos. Y por si fuera poco, en este G-20, a las excentricidades de Donald Trump se sumarán también las de Jair Bolsonaro desde la presidencia de Brasil, un país que, aunque no consigue recuperarse de la fuerte recesión de los años 2015 y 2016, es la primera economía de Suramérica y clave en el juego de los equilibrios internacionales. El panorama, pues, no puede estar más lleno de incertidumbre.

¿Quién tiene capacidad de revertir esta situación? No se puede confiar en que ni la China de Xi Jinping ni la Rusia de Putin le vayan a parar los pies a Trump, o a sus émulos, como Bolsonaro, porque son los antagonistas que necesitan para justificar su menosprecio por las democracias y su adscripción a un capitalismo crudo construido a partir de regímenes comunistas.

Al neoconservadurismo y al neoproteccionismo solo le puede plantar cara Europa. Pero la Unión Europea no llega en su mejor forma a este G-20. La parálisis amenaza el gobierno de la Unión por la incapacidad de los líderes de llegar a un acuerdo sobre el reparto de cargos y por la obsesión de los estados de imponerse a la soberanía de los ciudadanos expresada en el nuevo Parlamento. Además, el liderazgo de Angela Merkel, que ha sido crucial en otras reuniones de este club, también llega tocado, por sus problemas de salud --ayer volvió a sufrir temblores en un acto oficial, sin que se haya dado ninguna explicación--, por las grietas en su coalición de Gobierno y por la emergencia de los Verdes como nueva fuerza central de la política alemana.

La necesidad de atender las batallas generadas por la irrupción de Trump, las guerras comerciales o la tensión militar en el Golfo, implica igualmente que algunos problemas realmente urgentes no se aborden adecuadamente: la emergencia climática, el exceso de deuda circulante y la creciente desigualdad. La situación es grave. Y la máxima esperanza que se puede abrigar ante esta cumbre es que se confirmen los rumores de una tregua de seis meses en el conflicto comercial entre EEUU y China. O, al menos, que del encuentro no salga una escalada sino buenas palabras y gestos paliativos.