La convocatoria de elecciones se ha convertido en la clave de la crisis en Cataluña a escasos días de las dos cruciales sesiones parlamentarias en el Senado y en el Parlament. Puigdemont no se ha pronunciado respecto a si acabará poniendo las urnas (esta vez de forma legal), aunque son múltiples las voces (sociedad civil, mundo económico, medios de comunicación) que consideran que llamar a votar a los catalanes es la única forma no de solucionar una crisis demasiado compleja, pero sí de evitar el abismo y abrir la puerta a encauzar el conflicto de forma política sin decisiones irreversibles. Sobre Puigdemont recaen fuerzas divergentes. Una parte importante del independentismo (no solo la CUP, también dentro de Junts pel Sí) ve las elecciones como una rendición tras haber llegado a las puertas de la DUI. Este sector quiere dirimir en la calle el choque con el Estado que implicaría la dura aplicación del 155 que ha preparado el Gobierno. Trasladar el conflicto a la capacidad de desobedecer de los funcionarios y a la movilización ciudadana es un grave error.

Haría bien Puigdemont en fijarse en qué voces están a favor de convocar elecciones y cuáles no. Y haría bien Rajoy en no dejarse influir por quienes entre sus filas quieren aprovechar la crisis para avanzar su agenda recentralizadora o resarcirse del 1-O. Si Puigdemont convoca elecciones como siempre, no hay motivos para el 155.