Solo, sin el apoyo de su propio Govern, sin rumbo y sin capacidad de reacción mientras las calles de Barcelona, y de otras ciudades de Cataluña, son escenario de duros enfrentamientos entre manifestantes radicales y las fuerzas de seguridad, sobre todo los Mossos d’Esquadra. Esta es la situación en la que se encuentra el president de la Generalitat, Quim Torra, que ayer culminó en el Parlament cuatro días nefastos, compendio de una legislatura para el olvido. Es hora de que el president haga uso de la prerrogativa que le otorga el cargo a él en exclusiva, la de convocar elecciones, y llame a los catalanes a las urnas ante la situación de excepción abierta tras la dura sentencia del Tribunal Supremo a los líderes del procés y su incapacidad para gestionarla. Cuanto antes convoque Torra las elecciones, mejor. Aunque quizá la decisión de convocar a los catalanes a las urnas, sobre el papel única e intransferible del president, no la acabe tomando Torra, sino su predecesor, Carles Puigdemont. Torra fue sincero desde su toma de posesión, cuando admitió que era un presidente vicario de Puigdemont. Esta anomalía de inicio convirtió a un activista en jefe del Gobierno, y a lo largo del tiempo Torra ha ido dilapidando el escaso capital político con el que llegó a la Generalitat. Esta semana, cuando la gravedad de la crisis exigía liderazgo firme, el president cedió a su alma de activista y, cabe afirmarlo sin ambages, no ha estado a la altura de la gravedad del momento. Tardó 72 horas en condenar la violencia, y cuando lo hizo fue a regañadientes, en una comparecencia pasada la madrugada, cuando el centro de Barcelona literalmente ardía; ha ejercido una peligrosa dejación de funciones, ausentándose de una reunión para acudir a la marcha por la libertad o no asistiendo a un encuentro del gabinete de crisis convocado para ayer; ha animado desde las redes a asistir a las concentraciones en Barcelona pese a que ya había violencia en las calles. Y ayer, en el Parlament, protagonizó un intento de escapada hacia adelante que no hizo más que evidenciar su soledad. Torra propuso volver a ejercer el derecho de autodeterminación esta misma legislatura, es decir, convocar de nuevo un referéndum. Lo hizo sin el conocimiento de sus compañeros de Govern y de espaldas a ERC y PDECat, que desconocían los planes del president. Plantear de nuevo como objetivo de esta legislatura un referéndum de autodeterminación es cuando menos irresponsable, en plena crisis abierta por las consecuencias del 1-O. Hacerlo por libre, en la tribuna del Parlament y sin hablarlo ni siquiera con sus socios es la evidencia palpable de que esta legislatura no da más de sí y debe terminar cuanto antes. Su relación con ERC está bajo mínimos. La amalgama de corrientes que es Junts per Catalunya tiene posturas encontradas al respecto. Con los Presupuestos sin aprobar, Cataluña sin rumbo y un president desbordado, sin proyecto ni estrategia, es hora de dar la palabra a los catalanes.