Pocas veces el Congreso de EEUU ha dado una imagen de total desencuentro entre republicanos y demócratas durante un discurso sobre el Estado de la Unión como la ofrecida ayer durante la intervención de Donald Trump. Y eso que el presidente utilizó un tono contenido poco habitual en él y lejos del tremendismo. Pero la dureza estaba en las palabras, no en cómo las pronunciaba. Una de esas palabras duras es Guantánamo, pues su objetivo es reactivar el centro de detención. Otras palabras llegaron al abordar una de sus políticas más polémicas, la inmigración. Mientras pedía a la oposición su colaboración, identificaba de forma burda a los extranjeros con la delincuencia y la violencia. El mundo, al que dedicó poco tiempo, se divide según Trump en buenos y malos, amigos y enemigos, y en esta dicotomía reclamó el uso de la fuerza ignorando el multilateralismo y la colaboración entre naciones. Con estos planteamientos, su llamada a la unidad con los demócratas caía en saco roto. Sin embargo, poco debe importarle cuando puede apuntarse el tanto de una economía al alza con unos resultados que empiezan a ser tangibles entre la ciudadanía. También a su favor tiene detrás a un Partido Republicano que ahora sí le apoya sin fisuras, identificado con el América primero, el mantra presidencial. Y otro aspecto que le da ventaja es la situación aún confusa en la que se encuentra la oposición. Llamó la atención, dados los precedentes del presidente y sus escándalos sexuales, que muchas congresistas asistieran vestidas de negro en defensa del movimiento contra la discriminación y los abusos que sufren las mujeres. En el año transcurrido desde su llegada a la presidencia de EEUU, Trump ha cumplido pocas de sus promesas, y los discursos como el de ayer tienen escaso efecto. La prueba del nueve la tendrá Trump en noviembre con las elecciones de mitad de mandato.