Estados Unidos celebró ayer la fiesta de su Independencia, el famoso 4 de julio, mientras corría el rumor de que hoy, pasados ya los fastos, el presidente Trump pondría en marcha una acción de redadas y deportaciones masivas de inmigrantes. El presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, aseguró desconocer estos planes e insistió en que hay «muy buena colaboración» en el plan migratorio suscrito entre su país, que deberá frenar las oleadas que llegan de países centroamericanos, y la administración norteamericana. Así están las cosas, añadiendo miedo y dolor solo unos días después de que el mundo asistiera conmocionado a la tragedia de río Bravo, la frontera natural entre México y EEUU, donde encontraron la muerte el salvadoreño Óscar Martínez y su hija Angie Valeria, de casi 2 años. La imagen de sus cadáveres en la orilla es el nuevo símbolo de la desesperación y el dolor, como lo fue la del pequeño Aylan en una playa turca. Solo un ejemplo, sin embargo, del drama que viven miles de ciudadanos centroamericanos que han muerto en el intento de llegar a una tierra prometida que, con las políticas antiinmigratorias de Donald Trump, se ha convertido en un trágico final del viaje. Y no solo eso, sino el trato vejatorio e inhumano que sufren los que logran cruzar la frontera y son capturados. Los hechos claman al cielo de la justicia y exigen un posicionamiento contundente de la comunidad internacional. Las perspectivas no son halagüeñas, pero deberían existir foros donde pasar de la conmoción a la acción para parar esta catástrofe humanitaria.