Las futbolistas de Primera División han decidido ir al paro ante la falta de acuerdo en la negociación del primer convenio colectivo. El próximo lunes, hay una última oportunidad de desencallar el conflicto. El Servicio Interconfederal de la Mediación y Arbitraje (SIMA) ha citado a la patronal y los sindicatos para intentar evitar la huelga después de más de un año de negociaciones infructuosas. El salario mínimo anual y otras condiciones básicas contractuales son los principales escollos.

Los clubs proponen situar el salario mínimo de las jugadoras en 16.000 euros brutos y los contratos de media jornada, en el equivalente al 50%. Es decir, 8.000 euros. Por su parte, la Asociación de Futbolistas Españoles (AFE), que negocia por la parte social, reclama 20.000 euros en el contrato completo y 12.000 para el parcial, y es precisamente en este punto en el que se ha presentado el mayor escollo. Ellas piden el 75% del salario para la jornada parcial porque saben lo difícil que es medirla, y que irá siempre en perjuicio de las que opten por este sistema retributivo. Las cifras, así contempladas, no parecen tan importantes como para haber provocado este largo conflicto. ¿Y sus colegas hombres? La desigualdad es lacerante. El salario mínimo de Primera División masculina está fijado en un mínimo de 155.000 euros anuales. Además, no está contemplada la media jornada. Es fácil intuir que, en el caso femenino, la existencia de ese contrato puede ser un coladero para establecer sueldos más bajos. ¿Cómo se determina la media jornada de una futbolista profesional? ¿Cómo se encajan los entrenamientos, los viajes, los eventos del club? ¿Se puede vivir dignamente con 8.000 euros brutos anuales? Es evidente que no.

Maternidad, lactancia o vacaciones son otros de los términos en los que no hay acuerdo. Conceptos indiscutibles en cualquier otro sector laboral. En términos de igualdad, el conflicto es hiriente. ¿Y económicamente? Los volúmenes de negocio del fútbol masculino y el femenino hoy mismo son incomparables, pero a nadie se le escapa que el fútbol jugado por mujeres es una oportunidad de negocio inminente. Aún estamos en los prolegómenos, pero las cifras ya desmienten el argumento del escaso reconocimiento social, y restan fuerza a los argumentos de los clubes que asegura que los salarios demandados por las deportistas son insostenibles para sus economías. Conseguir condiciones más dignas para las futbolistas es un modo de hacer una sociedad más igualitaria, también de aumentar la calidad de su juego al permitirles dedicarse plenamente a su profesión.