Entre la asonada cívico-militar de resultado incierto y el golpe de Estado resolutivo, los acontecimientos que se suceden en Venezuela anuncian la inminencia del final del experimento bolivariano o un endurecimiento del régimen, acosado por la presión internacional y por sus propios errores. La liberación por militares del líder opositor Leopoldo López, en arresto domiciliario; la aparición del presidente encargado, Juan Guaidó, anunciando desde la base de La Carlota, rodeado de uniformados, que «el momento es ahora»; los enfrentamientos en las calles y la posterior solicitud de asilo de López en la embajada de Chile dibujan un escenario de confrontación que deja muy poco margen para esperar una resolución pacífica y ordenada de la crisis en una sociedad crispada hasta el paroxismo.

Lo más sorprendente del caso venezolano es la tardanza en evolucionar la situación hasta el enfrentamiento definitivo desde que Guaidó se proclamó presidente con la bendición de Estados Unidos. Una circunstancia que induce a pensar que ni la debilidad del régimen es la que se ha mencionado con frecuencia, apoyado en la movilización de un núcleo irreductible de fieles, ni la oposición ha contado hasta ahora con los mimbres necesarios para precipitar los acontecimientos. Dos razones suficientes para temer que el posmadurismo, en caso de que llegue, quizá lo sea todo menos un tránsito sin graves quebrantos desde el desastre social presente a una serena reparación de daños en el futuro.