El progreso de Córdoba puede medirse, tristemente, por los sectores que llevan el peso de la contratación. Una provincia en la que la agricultura acapara el 46% de los contratos laborales que se hicieron el año pasado, y en la que solo el 6% de los mismos se rubricaron en el sector industrial, es una provincia escasa de iniciativa, que no transforma, que no obtiene valor añadido de sus productos y que no puede ofrecer empleo cualificado y de calidad. De más de medio millón de contratos de trabajo suscritos por las empresas cordobesas en el 2018, casi la mitad se los llevaron las tareas del sector primario, el 40% el sector servicios y casi el 8% la construcción. Córdoba se va alejando de ese bajo, pero al menos más equilibrado, 10-12% de empleo industrial que tuvo en las últimas décadas y los datos del balance anual del Observatorio Argos de la junta de Andalucía certifican la realidad que puede verse en la calle. Si añadimos que esa cifra desmesurada de contrataciones lo único que indica es que son de brevísima duración, y que el 40% de las mismas se concentraron en cuatro meses, estamos hablando de una sociedad con el empleo concentrado por temporadas (agraria, turística en todo caso) seguidas de meses de paro estacional. Y si tenemos en cuenta que solo el 15% de la oferta laboral fue para los más jóvenes no ha de extrañarnos la desbandada y consiguiente pérdida de población. Los datos de contratación no solo son malos. Son desesperanzadores y exigirían un cambio tan grande en la acción de las instituciones y en la cultura empresarial que conseguir que Córdoba entre en una senda de prosperidad parece una hazaña.