Es probable que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, creyese que su apuesta por el diálogo con los independentistas catalanes y su intención de apurar la legislatura como muestra de normalidad institucional iban a tener algún éxito y le ofrecerían importantes réditos ante las próximas citas con las urnas. Pero desde hace tiempo es clara la sensación de que la jugada se le ha ido de las manos. Ahora corre afanoso de un lado a otro intentando salvar los muebles de un incendio imposible de apagar. Aceptar la figura de un relator o notario oficioso de las conversaciones con el secesionismo forma parte de esa desesperación y constituye una torpeza que ha soliviantado a la derecha, presta a sacar las cosas de quicio, y ha llenado de alarma a los sectores más pragmáticos y tradicionales del PSOE. Dirigentes de diversas comunidades gobernadas por socialistas han manifestado de forma explícita su malestar ante semejante decisión. Temen con razón que los últimos acontecimientos reduzcan drásticamente sus posibilidades en las elecciones de mayo. En Andalucía, Juanma Moreno advirtió ayer de que su Gobierno no cederá «a los chantajes» y garantizó que la comunidad será «contrapeso» ante los «desvaríos» secesionistas. En clave interna, Ferraz intenta aplacar el desconcierto creado en el PSOE por la figura del relator. Hay un problema de partida que se ha puesto de manifiesto una y otra vez: los independentistas catalanes han cerrado las puertas a todo diálogo que no encaje en su empeño unilateral y rupturista. No les interesa otra cosa, ni presupuestos ni inversiones ni gestos. La pretensión sanchista de desinflamar el conflicto choca así contra un verdadero muro. Y cuanto más se aproxima la fecha del juicio a los líderes del procés más complicada se vuelve la situación. Es evidente que Torra, Puigdemont y el resto de los halcones secesionistas prefieren tener enfrente un Gobierno de derechas, que encaje en su irreal relato. Pedro Sánchez no puede seguir por el actual camino. Lo único que está logrando es dar bazas a una derecha cuyas diferentes marcas compiten entre sí por ver quién sobreactúa más en su propia deriva ultranacionalista. «Alta traición», «felonía», «conjura contra España»... son expresiones demasiado fuertes y manifiestamente belicistas que no hacen sino echar más leña al fuego. Los partidos que han apoyado una concentración el domingo en Madrid -Partido Popular, Ciudadanos y Vox- ultiman ya los detalles de esta cita contra la política del Gobierno en Cataluña, sobre la que ya han acordado el lema: «Por una España unida. ¡Elecciones ya!». La tensión se vuelca ahora en la calle mientras los independentistas preparan la réplica. El oportunismo electoralista de PP y Cs, abrumados por el simplismo y el descaro de Vox, no aporta nada a la búsqueda de una salida al laberinto catalán. La aceptación del relator ha sido un error. Pero incrementar la tensión no lleva a ninguna parte. La situación no deja de empeorar.