Aunque el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha reaccionado ante el envío de paquetes bomba como si la cosa no fuera con él, lo cierto es que la exacerbación de las pasiones en la campaña de las elecciones legislativas fijadas para el 6 de noviembre es inseparable de los acontecimientos en curso. La propensión del presidente a recurrir a una jerga desabrida y sin mayor respeto por el adversario político es el caldo de cultivo ideal para estimular el activismo de mentes radicales y sin escrúpulos, dispuestas a resucitar un terrorismo interior en todas direcciones. El hecho de que sean personalidades demócratas relevantes, la CNN y el millonario y donante demócrata George Soros objetivos de los autores de los envíos no hace más que subrayar los riesgos inherentes a una división social agravada todos los días por las invectivas de la Casa Blanca dirigidas a quienes disienten de su inquilino. Sin que se dé semejanza alguna entre el ambiente político que siguió a los atentados del 11-S y el tan enrarecido de estos días, la siembra de paquetes bomba recuerda la campaña de sobres con polvos de ántrax que aumentó la sensación de inseguridad durante los meses que siguieron al gran ataque.

Si ni siquiera en una situación tan desasosegante como la que se está produciendo la Administración de Trump es capaz de moderar el tono, resultará muy difícil separar el recurso al odio político que practica el presidente de las graves amenazas que penden sobre quienes desean una derrota republicana en las urnas.