La expectativas que se generaron tras el recuento de votos de las elecciones andaluzas del pasado 2 de diciembre quedaron ayer confirmadas. Aquellas primeras reacciones de la noche electoral se han cumplido, y el «cambio histórico», es decir, el relevo del PSOE tras casi 37 años al frente de la Junta de Andalucía, será efectivo la próxima semana con la elección del candidato del Partido Popular, Juanma Moreno, como presidente. En el interín, hemos asistido a unas semanas de intenso debate político motivado, principalmente, por la entrada de Vox en el Parlamento de Andalucía con doce escaños que son determinantes para el pacto alcanzado entre PP y Ciudadanos, que con sus 47 diputados quedaban por debajo de los 50 que hubiera supuesto un acuerdo entre el PSOE y Adelante Andalucía. Los esquemas de la acción política han experimentado un vuelco en los últimos años en nuestro país, y de nada ha servido a Susana Díaz encabezar la lista más votada.

Vox ha vendido caro su apoyo a la coalición PP-CS. Ha aprovechado este tiempo para reivindicarse con propuestas inasumibles por los otros partidos --la más destacada, su oposición a la ley de violencia de género--, pero, sobre todo, ha desplegado un ejercicio de propaganda política, un teatro de puro márketing con el que proyectarse en el resto del país y rentabilizar sus resultados andaluces. Tras la descabellada lista de 19 propuestas del pasado martes, y sin apenas justificación, Vox cedió algo ayer y alcanzó un acuerdo «individual» con el PP, de 37 puntos que, en cualquier caso, son más bien intencionales que concretos, si bien recogen varios enfoques peligrosos, como los referidos a memoria histórica e inmigración.

Así, la presidenta del Parlamento de Andalucía, en su ronda de consultas de hoy, podrá proponer a Juanma Moreno para la Presidencia. La situación es compleja, muy especialmente para Ciudadanos, que, por más que se ha desmarcado de Vox, no podrá negar la evidencia de que, con la mediación del PP, habrá un pacto de tres --su líder, Juan Marín, será vicepresidente--. El PP ha consentido en hacerse la foto con el cabeza de lista de la formación de extrema derecha, el juez Francisco Serrano, y su incomodidad es menor que la de Cs, que tendrá sobre sí la mirada de sus propios votantes, un posible efecto en las próximas citas electorales y posiciones críticas desde Europa.

Andalucía vuelve a ser laboratorio. Laboratorio de la primera entrada de la extrema derecha en las instituciones españolas y de la puesta en marcha de una nueva etapa muy arriesgada. Es importante ver ahora cómo se desarrolla el gobierno de PP-Cs, si opta por una gestión responsable y constructiva o se deja llevar por el revanchismo que proclama Vox al hablar del «cortijo socialista». La nueva etapa será también un desafío para la oposición de izquierdas, especialmente para el PSOE de Andalucía, tanto por su nuevo papel parlamentario como por su futuro ante próximas citas electorales y por la relación entre el socialismo andaluz de Susana Díaz y el de Pedro Sánchez. Grandes incógnitas para una Andalucía que, tras votar en sus autonómicas, se ha encontrado con que todo su futuro se está organizando desde Madrid.