Los resultados de las elecciones andaluzas suponen un vuelco histórico, una sorpresa radical por encima de todas las encuestas y previsiones. La irrupción de Vox altera por completo el mapa político de Andalucía, y, si se produce un acuerdo con PP y Ciudadanos, se pondría fin a casi 37 años de Gobierno socialista en la Junta de Andalucía.

Los doce escaños obtenidos por Vox, por encima de la sorpresa ocasionada, demuestran a las claras que la política nacional ha dado un vuelco a la andaluza, pues es difícil entender de otra manera la entrada de este partido en una comunidad autónoma aparentemente menos crispada que otros escenarios nacionales. Los partidos deberán hacer un análisis crítico de los resultados, principalmente el PSOE, que ha desarrollado una campaña electoral demasiado acomodada a sus expectativas. Casi 37 años de gobierno ininterrumpido pesan, al igual que la persistencia de un partido distanciado y dividido entre sí y marcado también por la corrupción. El desgaste del Partido Popular es evidente, y genera la paradoja de que, habiendo obtenido uno de los peores resultados de su historia en Andalucía, puede terminar haciéndose con el gobierno. En Madrid está gobernando el segundo partido más votado, y nada impide que lo mismo ocurra en Andalucía. Ciudadanos ha crecido, sin sorpasso al PP pero con más del doble de los escaños, con lo que quizá es el partido que mejor parado ha salido de la contienda. Y los resultados de Adelante Andalucía, que pierde tres escaños respecto de los que tenían las formaciones que integran la coalición, vuelven a demostrar --como ocurrió en las últimas generales-- que la alianza de Podemos e IU no suma. Al final, Vox encierra la clave, y coloca a Andalucía ante una decisión crucial para su futuro y para el de España.

Esta opción ha llegado por la dinámica de la política nacional, especialmente por el conflicto catalán, y en el marco del boom internacional de la ultraderecha populista. Su resultado, fuera de encuestas y de unos medios de comunicación incrédulos ante su posible avance, contribuye de manera decisiva a un vuelco electoral que ya está dado, pero que mantiene la incógnita de cómo se llevará a cabo. La aspirante socialista, Susana Díaz, admitió ayer su caída de votos (33 escaños, 14 menos de los que tenía), pero se reivindicó como ganadora, y dijo que intentará frenar el avance de la derecha «xenófoba». En este sentido, el PSOE pone a PP y Ciudadanos ante el espejo de otros países europeos que, aun teniendo desde hace tiempo partidos similares a Vox, nunca acuden a ellos para formar gobierno ni para reforzar mayorías. Es curioso que se hayan observado las elecciones al Parlamento de Andalucía como una «primera vuelta» de la política nacional. Curioso, porque nadie pensó que el árbitro del partido pudiera ser Vox. El PP parece dispuesto a ensayar su propuesta de «cambio» incluyendo a Vox en el esquema para expulsar al PSOE de la Junta de Andalucía. Es clave saber cómo lo aceptarán el propio PP y Ciudadanos --Juan Marín también se insinúa como presidenciable--, pues no todo es matemáticas: hay mucho que hablar por el propio perfil de estos partidos y, sobre todo, por Andalucía.