El problema más destacado de las llamadas pseudociencias o pseudoterapias aparece cuando, avaladas por determinados ámbitos académicos o profesionales, adquieren una pátina médica que les llega a conferir un estatus que no se corresponde de ninguna manera con los hipotéticos (y falsos) beneficios que prometen. En este ámbito se acumulan distintas «disciplinas», desde la «medicina» antienvejecimiento a la homeopatía, pasando por la «solución mineral milagrosa» contra el autismo o la acupuntura. Medicinas alternativas que, en el mejor de los casos, siendo inocuas no tienen nada que ver con la sanación por métodos científicos, probados y testados. Y, en el peor (como ocurre con el movimiento antivacuna o con tratamientos «milagrosos» contra el cáncer) generan graves problemas sanitarios. Entidades como la Apetp (Asociación para proteger al enfermo de terapias pseudocientíficas) trabajan para luchar contra curanderos (pero también médicos colegiados) que ofrecen remedios acientíficos y contra centros universitarios que les cobijan. El maltrecho prestigio del sistema permite que determinadas fundaciones u organismos promuevan títulos propios (sin regulación oficial) que dan cobijo académico a la pseudociencia. Es importante denunciarlo y exigir a la Administración una actitud firme contra la falacia de unos embaucadores que no solo crea irreales paraísos sino que puede acabar en tragedia.