Europa y EEUU se han coordinado para expulsar a más de cien diplomáticos rusos como castigo por el envenenamiento del agente doble Serguéi Skripal y su hija en Salisbury. Las expulsiones de diplomáticos rusos y occidentales recuerdan la guerra fría que algunos parecen querer recuperar dada la aceleración de la ruta de colisión entre Washington y Moscú después de que el presidente Trump abandonara sus silencios respecto al Kremlin. Sin embargo, las expulsiones no son más que actuaciones cosméticas. El daño real causado a Moscú es mínimo mientras que proporciona a Putin un arma de gran eficacia ante los suyos, ya que le permite aparecer como la gran víctima de Occidente y aumentar el volumen de su agresividad verbal, especialmente ahora que tiene asegurado un nuevo mandato. Su ministro de Exteriores, Serguéi Lavrov, ya se ha despachado a gusto. Si de verdad se quiere castigar a Moscú, una actuación sobre los ingentes fondos de los oligarcas en Occidente sería una medida mucho más eficaz, pero nadie está dispuesto a adoptarla por el terremoto que causaría en las plazas financieras. La presión de Theresa May se ha hecho notar para lograr esta coordinación en Europa, pero puede acabar resultando que la UE se haya disparado un tiro en el pie. Catorce países poniéndose de acuerdo son muchos países, pero son solo la mitad de una Unión que Putin quisiera ver dividida y enfrentada.