La necesidad de cambio en Irán es cada vez más evidente, aunque ello no quiera decir que la apertura de una nueva etapa política y social esté cerca. Primero fueron las numerosas manifestaciones de enero, por las expectativas frustradas que abrió el acuerdo nuclear con las grandes potencias a cambio del levantamiento de las sanciones económicas. Dichas protestas desaparecieron pero han tenido dos efectos importantes. Uno, la de mostrar la debilidad del presidente Rohani, atado de pies y manos por la superestructura religiosa del país, que es la que en realidad gobierna. La otra consecuencia es haber logrado que muchos iraníes y en particular las mujeres hayan perdido el miedo a salir a la calle exponiéndose a ser detenidas. La rebelión que se vive en el país contra la obligatoriedad del velo, la ominosa imposición que mejor retrata a una sociedad dominada por una teocracia machista, hubiera sido impensable hace poco. La sociedad está dividida sobre esta cuestión, pero la protesta ha salido a la calle.