Un fantasma recorre Europa y no es otro que el del envejecimiento demográfico. Los mercados laborales se enfrentarán durante las próximas décadas a la cada vez menor presencia de trabajadores jóvenes, frente a unas cada vez mayores esperanzas de vida. Y los primeros signos ya se evidencian en la estadística disponible. El número de personas que continúan trabajando más allá de los 65 años no ha dejado de aumentar en las últimas décadas y con especial intensidad en los dos últimos años. Una tendencia con menor intensidad actualmente en España que en el conjunto de la Unión Europea (UE), aunque con el mismo patrón al alza.

Si en el 2003 la tasa de ocupación entre los europeos entre 65 y 69 años era del 8,4%; en el 2018 cerró en el 13,4%. Con un claro sesgo de género, pues mientras el 17,2% de los varones entre 65 y 69 años seguían trabajando, entre las mujeres la cifra bajó hasta el 10%. Esta tendencia varía según los países, pues mientras en España la media está en el 6,1%, algo más de dos puntos por encima que la del 2003; en economías como la de Dinamarca es mucho más frecuente. Allí el 19,1% de los trabajadores está empleado más allá de los 65 años y, entre los hombres, la proporción es de uno de cada tres. Más se parece, en este sentido, la vejez laboral española a la francesa, donde fue del 6,5%, o a la belga (5,3%). Y algo menos a la italiana (12,3%) o a la alemana (17%).

Un máximo histórico

En el caso español, el empleo entre personas de entre 65 y 69 años recuperó y sobrepasó los niveles registrados antes del estallido de la crisis económica, en el 2008. Con ese 6,1% se situó en el máximo histórico. A nivel de edad, aprietan los trabajadores que cumplen su ciclo laboral bajo esa referencia de los 65 años, pues estos apuran cada vez más cerca la edad real de jubilación.

Según los datos del Ministerio de Trabajo de noviembre, la edad media a la que los trabajadores empiezan a cobrar la pensión es de 64 años y cinco meses, su máximo histórico. El autoempleo es una de las principales vías que explican el aumento de profesionales que alargan su vida más allá de la simbólica cifra de 65 años.

En la última década, el número de autónomos con 65 años o más se ha doblado, pasando de los 66.079 del 2009 a los 124.675 casos. Y uno de los principales motivos que señalan los representantes de autónomos para explicar esta mayor longevidad laboral es la escasez de las pensiones que les quedan a muchos de estas personas.

Las pensiones de los autónomos

Los datos del Ministerio de Trabajo revelan que la prestación que cobra un retirado del RETA es el 40,7% inferior que la de un extrabajador asalariado. En noviembre, los antiguos trabajadores por cuenta propia cobraron de media 763,4 euros; por 1.286,9 euros de los otros. «Después de cotizar toda una vida, perciben pensiones que no les aseguran ni un mínimo de ingresos para vivir con dignidad», señala la presidente de CTAC, Sandra Zapatero. Una infracotización que la OCDE señaló recientemente como una de las principales debilidades del sistema de pensiones español.

Para Pimec un elemento clave para revertir esta situación es reformar el régimen de cotizaciones para pasar de la voluntariedad a la obligatoriedad en función de los ingresos. Ello permitiría una mayor tasa de actividad, tanto entre jóvenes como entre los más adultos.

Todavía no se ha cumplido un año del Consejo de Ministros del 28 de diciembre del 2018, cuando Pedro Sánchez recuperó la opción de incluir la jubilación forzosa en los convenios colectivos, que la reforma laboral de Mariano Rajoy había retirado. Pliegues sectoriales como el del metal, la construcción, la seguridad o de empresas Telefónica o Iberdrola ya vuelven a contemplar dicho mecanismo.

Desde los sindicatos no tienen constancia de un uso masivo de esa jubilación forzosa; como tampoco de que las profesiones con mayor desgaste físico estén alargando sus edades medias de retiro.