El año pasado por estas fechas la luz iniciaba en silencio un ascenso de récord. En concreto, el precio de la electricidad para los hogares españoles subió en la segunda mitad del año 2018 un 13,8% respecto al mismo periodo de 2017, la segunda mayor subida de toda la Unión Europea, solo después del 19,6% de Chipre. El motivo teórico del incremento no fue otro que el alza de precio de los derechos de emisión de CO2 que afecta a las centrales más contaminantes, como el carbón, pero también la falta de viento y el elevado precio del gas.

Un combinado perfecto que hizo que el precio (impuestos incluidos) que pagaron los españoles por el suministro eléctrico se situase en los 0,2477 euros el kilovatio hora, según los datos publicados por Eurostat. El termómetro estadístico europeo advierte que España tuvo entonces el quinto precio residencial más alto de toda la Unión Europea solo detrás de Dinamarca, Alemania, Bélgica e Irlanda. No obstante, si se elimina la diferencia en el nivel de precios entre países, España alcanza el podio y se posiciona como el tercer país con la luz más cara (0,2740). Solo le supera Portugal (0,2816) y Alemania (0,2800).

Pero no siempre ha sido así. Según los datos del organismo comunitario, en 2007 los hogares españoles tenían uno de los precios más bajos de todo el continente, sin embargo, esa tendencia se fue revirtiendo con el paso del tiempo. En el año 2007, la luz para los hogares españoles costaba 0,1400 euros el kilovatio hora, menos que la media de la Unión Europea (0,1528), mientras que en 2018 fue un 17% superior al precio promedio de los Vientiocho.

Es decir, mientras otros países han reducido el precio del suministro eléctrico, España ha seguido una tendencia ascendente que solo ha mostrado cierta contención, con incluso algún retroceso, entre los años 2013 y 2017. No obstante, habría que remontarse al periodo 2010-2011 para encontrar una subida similar (13%) a la de 2018, pero entonces el precio de la luz alcanzaba los 0,1851 euros el kilovatio hora.

¿Por qué sube la luz?

La complejidad del mercado eléctrico hace que cualquier excusa sea buena para explicar una alteración positiva en los precios de la electricidad. Y cuando no es el CO2, el viento o el gas, como ocurrió el verano pasado, es un parón en los reactores nucleares en Francia, la falta de agua o la llegada de una ola de frío. Vale casi todo, tanto que no es extraño escuchar a un presidente del Gobierno encomendarse a la lluvia (Mariano Rajoy) o a una ministra hacer lo propio con el viento (Teresa Ribera) para mitigar un efecto al alza en los precios.

El año pasado el récord de precios pudo ser mayor (según las estimaciones) pero el Gobierno le puso freno. A través de un decreto ley en octubre que incluyó la exención del Céntimo Verde y la suspensión del impuesto a la generación eléctrica durante seis meses, además de otras medidas destinadas a mejorar la eficiencia energética en los hogares, el Ejecutivo paralizó de forma directa o indirecta la subida del recibo. Entonces, la ministra Teresa Ribera aseguró que esas eran medidas de urgencia, pero que había que revisar la estructura del mercado eléctrico en su conjunto, una reflexión similar a la que hicieron sus homólogos Álvaro Nadal o José Manuel Soria. A fecha de mayo de 2019 todo sigue igual.

Eso sí, el año 2019 comenzó con unos precios más contenidos, quizás porque desde diciembre ha caído la generación de carbón a la que más afecta el precio del CO2- y por el impuesto de generación hasta abril. No obstante, en lo que va de mayo, el precio de la luz en el mercado mayorista que supone alrededor del 40% de la factura -el resto son impuestos y peajes y cargos- es inferior al del mes de abril y también al del mismo periodo de 2018. Aunque, a falta cinco días para cerrar el mes, todavía puede pasar de todo.