En el 2010, cuando no se conocían las dimensiones de la gran recesión aún no superada, el catedrático y presidente del Institut d’Estudis Catalans, Salvador Giner, publicó un ensayo ('El futuro del capitalismo', Península) que intentaba responder a las preguntas más acuciantes sobre el colapso mundial iniciado en Wall Street dos años antes. "¿Tiene futuro el capitalismo?", se preguntaba en su repaso de la historia económica desde el siglo XIX. Pese a desconocer el inesperado desenlace posterior, con un capitalismo aún más intenso, Giner apuntaba a remedios como la austeridad (antes de la perversión del vocablo) igualitaria contra la opulencia, y la racionalidad democrática.

Siete años después, poner la palabra 'capitalismo' en un ensayo se ha revelado como un recurso común, como un tratado médico que señala una enfermedad, sus diagnósticos y diversos y la farmacopea adecuada. Veamos un par de libros recientes y otros algo anteriores que contienen y califican la palabra capitalismo, sea ideología o modelo económico, con dos siglos de existencia.

'La nueva piel del capitalismo' (Galaxia Gutenberg), de Antón Costas y Xosé Carlos Arias recoge, sintetiza y amplía lo que han venido advirtiendo los autores desde que la mayoría de los gobiernos occidentales aplicaron recetas equivocadas para superar el colapso financiero global provocado por la codicia(arrogancia la llamaban los autores en su obra anterior, para así incluir en el error a buena parte del sector académico oficial).

Costas y Arias han desmenuzado la persistencia doctrinal de los políticos en tomar decisiones equivocadas para superar la recesión, y aportan tres avisos de importancia básica. Primero, que es falso el axioma de que el sistema de mercado y su sustrato neoliberal es el mejor y más exitoso pensable. Segundo, que hay alternativas al vigente modelo que garantizan el progreso social, porque la solución está en la economía política y no en la política económica, recuperar el equilibrio entre expansión del sector financiero y la necesaria intervención de los gobiernos democráticos en ponerle límites.

MORAL PÚBLICA

Sí, límites, como se pretendió desde la UE en el 2010 (la esperanza de Giner) y se diluyó por la presión del mismo capitalismo depredador. La tercera advertencia que se debe aprender de la historia económica es que "el mercado solo funciona si favorece la moral pública". O sea, gobiernos capaces de poner coto a los monopolios y la corrupción sistémica, y de recuperar un principio moral perdido, la confianza de los electores en sus instituciones.

¿Y si no sucede, qué? Pues es lo que plantea otra obra de inminente aparición, 'La senectud del capitalismo' (EDLibros), de Lluís Boada. Otro viaje ameno y erudito por el pensamiento económico en los dos últimos siglos escrito a modo de carta a su hija Eleonor por un autor cosmopolita fascinante que compagina conocimientos de economía, medicina y planificación urbana. Así, es fácil para Boada advertir a su destinataria de que casi todo lo que se dice es ya conocido, salvo el derecho a mantener la esperanza.

ESCASA FIABILIDAD

"A cualquier fuerza de una acción le corresponde una reacción de igual fuerza", recuerda, siguiendo a Isaac Newton, para advertir de la escasa fiabilidad de las soluciones que se proponen para superar el actual periodo de progresiva desigualdad. Aconseja: "No pierdas nunca de vista la relación entre economía y cultura, en todas sus manifestaciones", y acto seguido sentencia su aviso persistente de que "no es lo mismo crecimiento y desarrollo". El capitalismo se mide en crecimiento (PIB); el desarrollo, en bienestar social y superación de la desigualdad.

Ya puestos, se podría recuperar el ensayo económico más ensalzado y criticado de la década, 'El capital del siglo XXI', de Thomas Piketty, con su fórmula de síntesis de R>C, es decir, que el crecimiento siempre es menor de lo que se retorna al capital. Sus tesis siguen vigentes, aunque le ha salido un joven respondón, Matthew Rognlie(uno es de Harvard; el otro, del MIT) que niega, más bien precisa, esa relación desigual porque, según él, el beneficio del capital no es superior al crecimiento si del primero se restan las rentas inmobiliarias, de clara tendencia especulativa a lo largo de estas décadas. Bonita lección y aviso para quienes celebran y ensalzan que Barcelona y buena parte de Cataluña sean objetivo codiciado de inversores mundiales en su sector inmobiliario. O sea,rentistas del siglo XXI.