La pandemia y sus secuelas van desde lo físico hasta lo mental, y es que la crisis de la covid-19 ha dejado un panorama de incertidumbre laboral generalizada que se ceba especialmente con aquellos trabajadores más precarios. La medicalización, fruto del estrés profesional y la sobrecarga, se ha disparado de manera transversal entre los trabajadores, pero de forma especialmente acentuada en aquellos con peores condiciones de trabajo. El número de empleados que han empezado a consumir tranquilizantes o han incrementado su consumo a raíz de la actual crisis se ha multiplicado por 2,5.

Así lo constata un informe elaborado por CCOO y la Universidad Autónoma, que también refleja una incremento del miedo a perder el empleo, a no encontrar uno de nuevo en caso de estar en paro o de perder poder adquisitivo en los próximos meses. «En casi todos los análisis, aquellas personas cuyos salarios son más bajos y no cubren las necesidades básicas arrojan peores datos», explicó ayer el secretario general de CCOO, Unai Sordo.

La medicalización ha sido una de las vías a las que han recurrido los trabajadores para minimizar el impacto psicosocial de la pandemia. El 21,4% de los más de 20.328 encuestados reconoce tomar somníferos o tranquilizantes, siendo el 12% nuevos consumidores y el 3,4% consumidores que han incrementado su uso. Esta medicalización frente a la angustia es más intensa entre los colectivos más damnificados, las mujeres y los jóvenes. Entre ellas, el porcentaje de nuevas medicalizaciones o mayor uso alcanza el 20,1%, cinco puntos más que la media. Un nivel casi idéntico al de los trabajadores que afirman no ganar lo suficiente para llegar a final de mes con todas las necesidades cubiertas. Hay profesiones que han aumentado drásticamente su consumo de tranquilizantes o somníferos, como las limpiadoras. Una de cada tres profesionales de la limpieza consume estos fármacos. Proporción solo superada por médicos y enfermeros, del 37%.