Contaba The Washington Post que desde el lunes suenan en la centralita de la Casa Blanca los teléfonos de sus aliados en la industria del petróleo. Llamadas ansiosas para pedirle al presidente, Donald Trump, que acuda al rescate del sector, asfixiado desde que el precio del crudo se desplomara por las consecuencias del coronavirus en la actividad económica y la guerra de precios abierta entre Rusia y Arabia Saudí. La Casa Blanca teme que la sacudida aboque a la quiebra a decenas de compañías de una industria altamente endeudada. El petróleo ha sido generoso con sus donaciones a Trump y el presidente se plantea ahora reflotarlo con préstamos subsidiados.

En la última década el país se ha llenado de pozos invasivos, bombeando gas y petróleo frente a colegios, urbanizaciones, templos de culto o campos deportivos con escasa consideración por los riesgos medioambientales. Pero también gracias al fracking, que encontró la alquimia para liberar las burbujas de hidrocarburos almacenadas en las rocas de esquisto, EEUU se ha convertido en el primer productor mundial por delante de Rusia y Arabia Saudí. El fracking y sus cientos de miles de empleos han revitalizado zonas deprimidas y han logrado que EEUU vuelva a ser un exportador neto de crudo por primera vez desde los años setenta, contribuyendo a reducir su déficit comercial.

Pero hay un problema. La mayoría de compañías del sector no dan beneficios, casi nueve de cada diez concretamente, según la consultora Rystad Energy. Buena parte de sus ingresos se reinvierten en nuevas prospecciones por la vida corta de los pozos de esquisto. La consecuencia es una industria endeudada, que vive del crédito y requiere unos precios cercanos a los 50 dólares el barril para ser sostenible.

De ahí que los acontecimientos de esta semana, cuando el precio del crudo sufrió su peor caída desde la guerra del Golfo de 1991 para rondar los 30 dólares el barril, desatara el pánico en la industria. No solo por el desplome, sino también por la fuga de inversores de los títulos del sector. «No creo que la industria vaya a ser vapuleada como sucedió en los años ochenta, pero las compañías más endeudadas tendrán que declararse en quiebra para poder reorganizarse», aseguró a este diario Detlef Hallermann, analista del Texas A&M Energy Institute.

El desencadenante fue la decisión saudí de aumentar la producción después de que Rusia se negara a recortes. En plena caída de la demanda por los efectos del coronavirus, unos y otros optaron por abrir el grifo para inundar el mercado con oro negro barato. Una decisión que desde EEUU se ha interpretado como un intento de destruir a su industria. «Se están aprovechando de la pandemia de coronavirus que recorre el mundo para apuntar a esta industria y devastarla», dijo Harold Hamm, presidente de Continental Resources y uno de los grandes barones del petróleo estadounidense, donante y asesor económico de Trump. Su compañía perdió el lunes más de la mitad de su valor en bolsa, poco antes de que pidiera a la Administración la apertura de una investigación antidumping contra Moscú y Riad.

Sobre el sector pesa una espada onerosa de Damócles: más de 200.000 millones de dólares en deuda a devolver en los próximos cuatro años, según el análisis del Moody’s Investors Service. La previsión es que numerosas compañías se declaren en suspensión de pagos. JP Morgan ha vaticinado que las quiebras «aumenten significativamente» cuando venzan los contratos de futuros. En concreto, del 24% de las empresas del sector, que podría aumentar hasta el 41% en las compañías de servicio dedicadas a la exploración y la producción.