En julio del 2019, el presidente de la República Francesa, Emmanuel Macron, ordenó al Ministerio de los Ejércitos la contratación de seis escritores de ciencia ficción y futurólogos. Su propósito, "imaginar los futuros escenarios de conflicto y proponer posibles situaciones disruptivas", es decir, predecir las guerras del porvenir.

Y es que otros grandes ilustres de las letras ya vaticinaron en el pasado situaciones bélicas por llegar. Su compatriota Julio Verne presagió en el siglo XIX un cambio en la naturaleza de los conflictos. "Con el submarino ya no habrá más batallas navales y, como seguirán inventando instrumentos de guerra cada vez más perfeccionados y terroríficos, la guerra misma será imposible", manifestó el autor de Veinte mil leguas de viaje submarino. Tal vez se refería a instrumentos de guerra terroríficos similares a los que describía el escritor británico H. G. Wells en su novela El mundo liberado, en la que auguró el lanzamiento de una bomba atómica 27 años antes de Hiroshima y Nagasaki.

Guerras climáticas

Otras personalidades del espectro político no han solicitado el asesoramiento de novelistas para expresar públicamente su opinión sobre la esencia y las causas de los posibles conflictos del siglo XXI. A finales de la década de 1980, el ministro de Asuntos Exteriores de Egipto y, más tarde, secretario general de las Naciones Unidas (ONU), Butros Ghali, señaló que la próxima guerra en Oriente Medio la detonaría la falta de un recurso fundamental: el agua. Una teoría que fomenta la idea de conflictos provocados por las consecuencias del cambio climático, y en su lógica, ratifica el concepto de guerras climáticas.

Uno de los primeros en acuñar este término fue el sociólogo y psicólogo social Harald Welzer y lo hizo para bautizar su libro Guerras Climáticas. En él, Welzer califica el conflicto de Darfur como la primera guerra climática. Entre el 2003 y el 2009, en esta región situada en el suroeste de Sudán, se produjeron varios enfrentamientos entre grupos nómadas y las tribus sedentarias de los furs por los pastos y las tierras más regadas por la lluvia. Una confrontación que se vio intensificada por intereses políticos y que llevó a la ONU a acusar al Gobierno de Jartum de haber participado en crímenes de escala internacional en la región de Darfur.

Despolitizar el conflicto

En esta línea y teniendo en cuenta que el cambio climático es seguramente el mayor desafío del siglo XXI, algunos expertos señalan que la intensificación de sus efectos puede aumentar el riesgo de futuros conflictos armados. Sin embargo, tal y como asegura a este medio el investigador del Barcelona Centre for International Affairs (CIDOB) y experto en migraciones y cambio climático en la región del Sahel, Oriol Puig, "no existe consenso académico sobre la vinculación directa entre cambio climático y conflicto".

Puig apunta al factor político como uno de los principales detonantes de los conflictos. "Debemos poner el punto de mira en otros agentes, sino nos perdemos una parte del puzle y podemos llegar a despolitizar la situación", añade. Además, Puig advierte que el discurso que atribuye las causas del conflicto al cambio climático "puede llegar a eximir de responsabilidad a algunos líderes políticos". El experto recalca que el cambio climático es una realidad, pero aún no está claro cómo afectará a regiones como el Sahel: "No hay evidencias científicas suficientes en torno a la desertización de toda la región. De hecho, hay estudios climatológicos que apuntan a un aumento de precipitaciones y, por tanto, más inundaciones".

De esta manera, las consecuencias del calentamiento global pueden llegar a agudizar los conflictos del futuro, pero estos seguirán siendo políticos y no climáticos.