La prensa lo ha bautizado como el efecto Trump, un concepto que sirve para definir el salto adelante que ha dado la economía estadounidense desde la llegada del republicano a la Casa Blanca. Como si fuera uno de sus hoteles, el magnate heredó unos cimientos sólidos, pero sin lustre y, en menos de dos años, ha conseguido darle el revestimiento que les faltaba para que parezcan un establecimiento de lujo. «¿Quién tiene la varita mágica? Yo tengo la varita mágica», presumió recientemente Donald Trump en uno de sus mítines. El paro está en la cifra más baja desde 1969. Se ha reactivado la inversión y la confianza del consumidor está por las nubes. Las bolsas siguen de fiesta, por más que tengan días de resaca. Y el crecimiento alcanzó el 4.2% en el último trimestre, la mayor expansión desde el 2014.

Parte del optimismo se atribuye a la agresiva desregulación emprendida por la Administración del presidente Donald Trump, a la que hay que unir una masiva rebaja de impuestos y un aumento significativo del gasto público en carteras como Defensa. Esa suma de elementos ha logrado hinchar los números, pero pocos economistas en su sano juicio creen que sea la receta que el país necesita en estos momentos. «Ha puesto en marcha un programa de estímulo en el momento equivocado», ha dicho el expresidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke. «La economía ya ha alcanzado el pleno empleo». Los manuales del ramo dictan que hay que ahorrar en tiempos de vacas gordas para romper la hucha y gastar cuando las vacas enferman.

En contra de lo que prometió al vender su rebaja de impuestos, la recaudación fiscal ha caído considerablemente y el déficit ha aumentado un 17% en 2018, según datos del Tesoro. La deuda pública se acercará este año al 78% del PIB, su nivel más alto desde la segunda guerra mundial, un nivel «insostenible» para el Fondo Monetario Internacional. Pero si no se invierte la tendencia, seguirá engordando para rondar el tamaño de la economía de EE.UU.

La Reserva Federal ha descartado hasta el momento que la economía se esté recalentando, el fenómeno que se produce cuando la capacidad productiva de un país no puede satisfacer la creciente demanda agregada. Pero sigue con su política gradual de aumento de los tipos de interés pese a las pataletas de Trump y los problemas que está generando en algunos mercados emergentes por el encarecimiento de las deudas en dólares. Los estímulos fiscales del presidente han empujado al alza la inflación tras muchos años por debajo del nivel óptimo marcado por la Fed. Y el trabajo de Jerome Powell ha dejado de ser fácil. Si se pasa de frenada podría gripar la expansión y provocar eventualmente una recesión, pero si contemporiza podría dar alas al temido recalentamiento.

Las guerras arancelarias de Trump con sus principales socios comerciales han añadido un elemento adicional de incertidumbre. Por el momento su impacto apenas se ha notado en EE UU, donde las exportaciones representan solo el 8% de su PIB. Pero lo lógico es que acaben encareciendo muchos de los productos de consumo. El FMI ya ha rebajado en dos décimas su previsión de crecimiento para 2019. Quedaría en el 2.5%, frente al 2.9% de este año, y la tendencia es que siga cayendo a medida que se esfuman los estímulos fiscales. «Una intensificación de las tensiones comerciales podría hacer mella en la confianza de las empresas y los mercados, desatar la volatilidad financiera y ralentizar la inversión y el comercio», dijo la semana pasada el Fondo.

Algunas de estas señales emborronan el futuro. Y también aquí se empieza a especular sobre cuándo llegará la próxima recesión. Es un inevitable destino estadístico porque, tras nueve años de crecimiento ininterrumpido, EE UU atraviesa el segundo período de expansión más largo de los últimos 161 años, que rebasará el año que viene si nada se tuerce. Un estudio de JP Morgan sostiene que las probabilidades de que llegue en 2019 son del 28%, pero aumentan hasta el 60% en 2020. una lectura más pesimista de la que hace la FED. Pero ni siquiera sus economistas se atreven a predecir qué la desencadenarán.