No es la paz pero es una tregua, y si no completa al menos parcial. El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y el viceprimer de China y principal negociador del gobierno de Xi Jinping, Liu He, se disponen a firmar con pompa y ceremonia este miércoles en la Casa Blanca ante 200 invitados la denominada “Fase uno” de un acuerdo que pisa el freno a los 21 meses de la guerra comercial entre los dos países que Trump abrió en marzo de 2018. Fue entonces cuando, acusando a Pekín de “agresión económica”, el mandatario estadounidense impuso la primera ronda de unos aranceles que no solo han afectado a la relación entre las dos potencias, sus economías y su población, sino que han disparado la incertidumbre global.

Según lo que ha trascendido ya del acuerdo, recogido en un documento de 86 páginas, China accede a comprar en los próximos dos años productos estadounidenses por valor de 200.000 millones de dólares, una cifra que es similar a la que Pekín ofreció a mediados de 2018 en los inicios de la guerra comercial.

Aunque los detalles específicos no se van a hacer públicos, alegando que haciéndolo se correría el riesgo de distorsionar los mercados, fuentes de las negociaciones apuntan a que Pekín incrementará la compra de productos de manufactura en unos 75.000 u 80.000 millones de dólares, de energéticos en 50.000 millones, de servicios en 35.000 millones y, vital para Trump en un año electoral, entre 32.000 y 40.000 en productos agrícolas.

Los agricultores han sufrido como pocos las consecuencias de la estrategia de Trump. Las bancarrotas entre granjeros se han disparado un 24%, se proyecta que su deuda alcance niveles históricos y en el mundo agrícola se producen ahora más suicidios que entre veteranos de guerra. Y el propio Trump reconoció indirectamente el impacto creando un paquete de ayudas de 28.000 millones de dólares, más del doble de lo que se destinó al rescate del sector del automóvil.

El impacto, no obstante ha sido general. Desmintiendo las afirmaciones del presidente de que China estaba pagando el coste de la guerra comercial, la conservadora Tax Foundation ha calculado que la factura en EEUU ha sido de 88.000 millones de dólares. Datos del propio Departamento de Comercio de su gobierno apuntan a que las compañías estadounidenses han pagado 40.000 millones de dólares más en aranceles. Y un estudio reciente de dos economistas de la Reserva Federal afirmaba que los gravámenes “no han impulsado el empleo o la producción”.

LA PARTE DE EEUU

Según el pacto, EEUU cancela los aranceles en productos chinos por valor de 156.000 millones que estaba previsto que entraran en vigor el 15 de diciembre y que habrían afectado especialmente a móviles, ordenadores y otros productos tecnológicos que llegan de China, un golpe que indirectamente golpearía a las empresas estadounidenses que fabrican allí. Además, recorta a la mitad, del 15 al 7,5%, los que impuso en septiembre a otras importaciones del gigante asiático por valor de 120.000 millones.

Washington mantiene, eso sí, los gravámenes que impuso a productos chinos por valor de 360.000 millones de dólares y que afectan a casi dos tercios de las importaciones que llegan a EEUU. Entre esos seguirán vigentes los del 25% que tasan a importaciones de 250.000 millones de dólares, una buena parte de ellos en componentes para fabricación de automóviles.

ELEMENTOS ESTRUCTURALES Y MECANISMO DE APLICACIÓN

Más allá de los componentes específicos e inmediatos del pacto, los analistas estadounidenses creen que la verdadera fuerza está en otros elementos más estructurales y de efectos a medio plazo. Por ejemplo, China abre parcialmente sus mercados a compañías estadounidenses de banca, seguros y otros servicios financieros que podrían empezar a operar sin socios chinos y frena la transferencia forzosa de tecnología de compañías estadounidenses que quieran entrar en China. Se refuerzan con medidas no especificadas las protecciones a la propiedad intelectual estadounidense y, dos días después de que EEUU dejara de calificar a China como manipulador de su moneda, el pacto incluye también medidas para que China frene las devaluaciones para ayudar a sus exportaciones.

En lo que EEUU define como uno de los logros más importantes de la negociación, Pekín ha aceptado que el acuerdo incluya un mecanismo de aplicación que permitiría reimponer aranceles o imponer castigos, sin respuesta de la otra parte, si se incumple lo pactado. Ese mecanismo plantea que, en caso de disputa, los dos países deberán intentar resolverla en tres rondas de negociaciones, que pueden llevar unos tres meses. Si fracasan se abriría la puerta a reimponer las tarifas a las importaciones, lo que el representante comercial de EEUU y principal negociador, Robert Lighthizer, ha definido de “reacción proporcionada”.

LA FASE DOS, EN EL AIRE

Lo que el pacto no hace es abordar cuestiones clave que afectan a la relación comercial como los subsidios industriales de China a sus compañías, especialmente las que son propiedad del estado, un terreno donde Xi no parece dispuesto a hacer cambios y donde se anticipan los mayores escollos. Y aunque Trump ha asegurado que temas como ese se abordarán en la negociación de una segunda fase, para la que ha anunciado que viajará más adelante a Pekín, no hay confirmación china de ese viaje. El propio Trump, además, ha reconocido que no espera pactar la segunda fase del acuerdo comercial antes de las elecciones del 3 de noviembre.

No hay señales tampoco de que vaya a remitir la lucha en el sector tecnológico, especialmente intensa en los esfuerzos de Washington por restringir el acceso del gigante Huawei a EEUU y a su tecnología.

EUROPA, ATENTA

Aunque Trump haya alcanzado una tregua con China, o precisamente por haberlo hecho, se mantienen los temores de que intensifique ahora su enfrentamiento con la Unión Europea, su principal socio comercial, sobre cuyas exportaciones de acero y aluminio ya ha impuesto aranceles y al que amenaza ahora por partida doble: tanto en represalia por los propuestos impuestos digitales a las tecnológicas estadounidenses como por la contienda abierta por los subsidios a Airbus.

Desde diciembre el gobierno de Trump colocó sobre la mesa la posibilidad de imponer gravámenes del 100% a importaciones europeas por valor de 7.500 millones de dólares, unas tarifas que podrían afectar, por ejemplo, a todo el vino español, incluyendo el cava, que había quedado exento de la ronda arancelaria de octubre. Mantiene, asimismo, la amenaza al sector automovilístico europeo.

Desde el lunes y hasta el jueves está en Washington para tratar de hacer avanzar negociaciones que eviten el choque frontal Phil Hogan, el irlandés que ha sustituido a Cecilia Malmstrom como comisionado europeo de comercio. No se esperan anuncios específicos esta semana y la vista está puesta en una potencial reunión durante la cumbre de Davos de Trump con la nueva presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. Pero con el nuevo tratado de libre comercio con México y Canadá a punto de ser ratificado en el Congreso y el pacto parcial con China, el mandatario estadounidense podría encontrar en el combate con Europa material para su campaña electoral.