En la última crisis, el paro juvenil alcanzó el 50 por ciento en nuestro país. Vista en perspectiva, y dada la cifra media que difícilmente baja del 30 por ciento en época de bonanza, cualquier porcentaje que se alcance en esta crisis, de consecuencias mucho más impredecibles que la anterior, no nos cogerá de sorpresa.

La verdad es que, gran parte de los jóvenes españoles mejor formados nunca antes, han vivido entre las dos peores recesiones del útimo siglo. Un periodo atravesado, además, sobre una revolución tecnoógica que, si bien para ellos ha sido algo absolutamente natural, para quienes tenían la responsabilidad desde lo público y lo privado de liderar esa transformación, se ha convertido, a tenor de la realidad en un fiasco.

Nuestro retraso -por falta de entendimiento, mala interpretación y rechazo a lo desconocido- ha favorecido, también, la devaluación salarial y profesional de estos empleos, que, con una amplia gama de cualificación, siguen esperando a que haya personas -la mayoría de ellas jóvenes- capaces de asumirlos.

Por ello, las directrices de la UE sobre digitalización representan una inmensa oportunidad para corregir tantos errores y carencias. En sistemas y para las personas.