El dinero en efectivo, un invento humano que según los historiadores puede tener entre 4.500 y 2.700 años de antigüedad, vive un presente decadente que le empuja hacia un futuro incierto. Aunque los abonos con monedas y billetes siguen siendo ampliamente mayoritarios, van en descenso desde hace años y cada vez surgen más iniciativas que tratan de hacerlos innecesarios, como los pagos por móvil, las tarjetas sin contacto y las transferencias instantáneas. La duda, por lo tanto, no es si seguirá bajando su uso, sino hasta qué nivel y en qué plazo.

«Dentro de 20 años, las monedas serán piezas de curiosidad, guardadas como fetiche», aseguró esta semana Emilio Ontiveros, presidente de Analistas Financieros Internacionales (AFI), en un foro de El País. Otros expertos son más prudentes. «El uso del efectivo se sigue reduciendo pero lo hace de forma paulatina y su desaparición completa aún no se divisa en un horizonte de medio plazo», apunta Santiago Carbó, director ejecutivo del Observatorio de Digitalización Financiera de Funcas y catedrático de Economía de CUNEF.

El número de pagos con tarjetas en comercios no dejó de ascender durante la crisis y entre enero y junio acumulaba un aumento de casi el 13% (1,62 millones de operaciones), mientras que las retiradas de dinero en cajeros apenas subieron el 1,3% (455.813). Pero lo que resulta más significativo es que el importe de las operaciones con tarjeta (124.406 millones de euros, el 10,75% más) superó el año pasado por primera vez al efectivo sacado de los cajeros (118.274 millones, 2,97% más), una tendencia que se ha mantenido en el primer semestre de este año (63.917 millones frente a 58.500).

El uso del efectivo en España, en cualquier caso, es muy superior a la media europea, por más que el mes pasado se iniciase una prueba piloto para convertir Suances (Cantabria) en la primera localidad española en erradicar el metálico en los pagos. Pese a este tipo de iniciativas, el país está en este campo a años luz de Suecia, país donde hay hasta iglesias que facilitan pagar con el teléfono móvil al pasar el cepillo y donde el museo del célebre grupo ABBA no admite billetes.

INFORME DEL BCE / Según un informe de hace unos días del Banco Central Europeo (BCE), el 87% de los pagos en número y el 68% en cuantía que se realizaron en España en el 2016 fue en metálico, un porcentaje solo superado por Grecia, Chipre y Malta, y en línea con el de Italia y Austria. Frente a ello, la media continental fue del 79% y el 54%, respectivamente. Es decir, menor pero aún alto. «Esto parece desafiar la percepción de que el efectivo está rápidamente siendo reemplazado por los otros medios de pago», destacó el organismo emisor.

Curiosamente, solo el 42% de los españoles prefieren el efectivo, frente al 87% de los pagos que se realizan por esa vía. El BCE lo achaca en parte a que muchas transacciones son de pequeña cuantía, con lo que a veces los comercios rechazan que se les abonen con tarjeta por las comisiones que tienen que pagar a los bancos. «Intervienen muchos factores. Uno de los más tradicionales es cultural, relacionado con el control del gasto. También es importante señalar que es el medio por el que se pagan las transacciones en la economía sumergida», añade Carbó. Además, apunta el académico, «cuesta mentalizar a algunos usuarios potenciales de la seguridad de los pagos digitales, porque se dan casos de ciberataques y fraudes en internet que, aun siendo minoritarios, causan cierta alarma en algunos momentos».

Una sociedad sin efectivo tendría ventajas: permitiría ahorrar los costes de transportar y custodiar las monedas y billetes, facilitaría la lucha contra el fraude fiscal y el crimen organizado, empujaría a la inclusión financiera de regiones que han dejado de contar con oficinas bancarias y reduciría los atracos. Pero también tendría inconvenientes, como los que sufrirían los vendedores ambulantes, los músicos callejeros y los mendigos.