Los bancos atraviesan desde el 2016 una "travesía del desierto", como acertó entonces a calificar José Ignacio Goirigolzarri, presidente de Bankia, apenas cuatro días después de que el Banco Central Europeo (BCE) tomase la inédita decisión de bajar los tipos de interés al 0%. Los banqueros confiaban entonces en que durase dos o tres años, pero sus pronósticos se fueron progresivamente viniendo abajo por la languidenciente salud de la economía europea, que llevó a la autoridad monetaria a poner el precio del dinero en negativo, lo que penalizó aún más los ingresos del sector. La crisis provocada por el coronavirus, de duración e impacto impredecible, ha venido a alejar aún más la salida de las dunas y las arenas.

Al contrario que en la Gran Recesión, que en España se prolongó desde el 2008 hasta el 2013, los bancos no son ahora el problema. La presión regulatoria y supervisora de la última década ha hecho que las entidades financieras españolas y europeas estén en una posición mucho más sólida que entonces para afrontar la pandemia: tienen más capital, más liquidez y unos criterios de concesión de créditos más rigurosos, lo que hace que su balance sea mucho más sólido. El problema es que, aunque en su origen no se trate de una crisis financiera, puede acabar derivando en una de ellas.

"El sistema financiero de la UE tiene ahora mayor capacidad de resistencia que antes de la crisis financiera global y -a pesar de las acusadas caídas de los precios de los activos y de los repuntes de la volatilidad- continúa funcionando, aunque sometido a tensiones. Sin embargo, cuanto más tiempo duren las medidas de contención necesarias, más probabilidades existen de que el aumento de las pérdidas en la economía real se traduzca en crecientes fragilidades del sistema financiero, lo que deterioraría su funcionamiento precisamente en un momento en el que su función de proporcionar crédito a la economía real es de vital importancia", advirtió este jueves la Junta Europea de Riesgo Sistémico.

Más morosidad

Más morosidad Jean Pierre Mustier, consejero delegado de Unicredit y presidente de la patronal bancaria europea EBF, se pronunció recientemente en el mismo sentido. "No podemos evitar una crisis financiera, pero es demasiado pronto para decir de qué forma será", aseguró antes destacar que "habrá un montón de pymes con problemas y el coste del riesgo de los bancos aumentará". Es decir, crecerán las provisiones que tienen que hacer para afrontar las pérdidas que les provocarán los impagos de los créditos.

Ello no quiere decir que, como en la crisis anterior, vaya a ser necesario el rescate público de decenas de entidades, salvo que se produjera un cataclismo económico de una dimensión que ni los expertos más pesimistas auguran por ahora. Distintos analistas consultados estiman que el sector bancario español podría resistir por sus propios medios que la morosidad subiese al máximo de la anterior crisis (13,61% en diciembre del 2013) sin que su capital cayese por debajo de los mínimos exigidos por las autoridades. Y ello sin tener en cuenta apoyos públicos relevantes aprobados para que mantener el crédito, como los 100.000 millones de euros en avales públicos a préstamos a empresas y autónomos (que endosarán al Estado hasta el 80% de la morosidad que registren esos créditos) y la decisión del BCE de permitir a las entidades de la zona euro echar mano de forma temporal de los colchones de capital que les obliga a reservar la normativa.

Menos beneficio

Menos beneficio Pero eso no significa que no vaya a haber problemas. En el sector financiero se da por descontado que la necesaria paralización de la actividad para contener el contagio del virus va a provocar un aumento de los impagos de empresas y hogares, por más medidas públicas que se hayan adoptado para paliar los efectos. Nunca es buena noticia pero, además, el sector todavía tiene 57.391 millones de euros en activos morosos como herencia de la anterior crisis, pese a haberlos reducido en más de un 66% desde el máximo. La tasa de impagos sobre el total del crédito, así, está todavía en el 4,83%, frente al en torno al 0,6% que llegó a marcar antes de la crisis anterior. Su más que previsible aumento penalizará el capital y la cuenta de resultados, porque los bancos deberán reservar más recursos para afrontar pérdidas.

"El probable aumento de las pérdidas por préstamos deprimirá aún más la rentabilidad del sector, que ya es baja", ha advertido Marco Troiano, de Scope Ratings. Ahí está la raíz del problema que los bancos han arrastrado hasta la actual crisis. Los tipos negativos del BCE, que ahora será necesario prolongar aún más para reactivar la economía, han provocado en los últimos años que los ingresos que obtienen las entidades por los créditos bajen, lo que a su vez ha causado que su rentabilidad sea inferior al coste que les supone hacerse con el capital. Antes del coronavirus, los supervisores ya llevaban años instándoles a plantearse fusiones y recortes de plantillas y oficinas. La presión, admiten diversas fuentes del sector, se redoblará en tres o cuatro meses, cuando las previsiones económicas sean más claras y sea hora de rehacer los planes de negocio.