¿Moda pasajera o cambio de vida? En Alemania la alimentación ecológica hace años que es un hecho. La primera potencia económica de Europa es también el país que apuesta más fuerte por productos orgánicos que respetan el medio ambiente, jugando así un papel clave en el mercado global. En todos los supermercados, desde mayoristas como Lidl o Aldi a otros más especializados, es fácil encontrar un departamento para alimentos biológicos. Una normalidad que se traduce en hasta 102 marcas de este tipo.

Alemania es líder en el mercado de productos biológicos en Europa, con volumen de negocio de unos 8.600 millones de euros que supone un 11,4% de las vendas globales, seguida de Francia (7,3%). A nivel mundial tan solo es superada por los Estados Unidos. Sin embargo, los niveles máximos de consumo por persona se encuentran en Suiza y en países nórdicos como Dinamarca y Suecia, quienes también tienen una mayor proporción de esos productos en sus supermercados.

Con un valor en ventas de hasta 29.800 millones de euros en el 2015, la industria de comida orgánica es un mercado cada vez más potente en Europa. El año pasado ese volumen creció un 7,1%, un 11% en Alemania, cuarto país con más hectáreas de granjas orgánicas detrás de España, Italia y Francia. Estos cuatro países suponen casi la mitad del continente.

Pero aunque el negocio está evolucionando aún tiene que adaptarse a una demanda social que crece a un ritmo mayor. Solo un 2,5% de las tierras de cultivo del continente, 12,7 millones de hectáreas, son para productos orgánicos. En Alemania esa cifra es del 6,5%.

LA TRADUCCIÓN DE LA CONCIENCIA CLIMÁTICA

La conciencia climática alemana también se ha traducido en la popularización del veganismo y el vegetarianismo. Según la organización animalista PETA, Berlín es la mejor ciudad del mundo para llevar este estilo de vida que rechaza total o parcialmente los productos de origen animal. Con 303 establecimientos especializados y sede del Veganes Sommerfest, el festival vegano más grande de Europa, la capital alemana es el indudable referente verde del continente, muy por delante de Praga y Varsovia. Berlín también fue cuna de Veganz, la primera cadena de supermercados veganos del continente.

La popularización de este fenómeno, que más allá de la cocina se extiende a todos los aspectos cotidianos, ha llevado a Alemania a ser una fuerza creciente. Aunque los estudios varían las cifras, se calcula que hasta 8 millones de alemanes practican esta filosofía de vida respetuosa con los derechos de los animales, lo que supone aproximadamente un 10% de la población, mientras que un 56% asegura haber moderado su consumo. Eso la sitúa al frente de Europa junto a Italia y Austria pero aún lejos de países asiáticos como la India donde ya existe una tradición culinaria mucho menos dependiente de la carne.

Pero además de consumir, Alemania también lidera en la producción. En los filetes y las hamburguesas veganas la carne animal pasa a ser sustituida por productos con proteína vegetal como la soja, el tofu o el trigo. Así, Alemania fue en 2016 el país que más productos veganos lanzó al mercado en el mundo, con un 18% del total, seguida de los Estados Unidos (17%) y el Reino Unido (11%).

DIETA SOSTENIBLE

El consumo de carne afecta tanto al ser humano como al planeta. Además de aumentar el riesgo de enfermedades cardiovasculares y contribuir al desarrollo del cáncer, la industria cárnica genera el 14,5% de las emisiones de gases de efecto invernadero. Una dieta vegana no solo contribuye a no matar animales y limitar la expulsión de CO2 a la atmósfera sino también a reducir el derroche de otros recursos necesarios para la industria como agua, gasolina y pasto para el ganado.

Salud, sostenibilidad ecológica y ética animalista contra lo que activistas como Gary Yourofsky han llamado "Holocausto animal" son las principales razones que han llevado a muchos alemanes a cambiar su dieta. "Mucha gente no se da cuenta de lo que está comiendo cuando compra un paquete de carne", explica Leanne, de 27 años y vegetariana desde el 2013. A pesar de ser un problema mayúsculo para el planeta, el consumo de carne y la conciencia ecológica alimentaria siguen sin estar entre las prioridades de los gobiernos ni tener un espacio en las conferencias mundiales que pretenden frenar el cambio climático.