Cuando llega el otoño llueve en las montañas y crecen las setas. Colombia es como un bosque animado de ciclistas. Surgen de la tierra, de todas partes, como si fuesen esas setas que enloquecen a los cazadores. Los hay de todas las especies, corredores comestibles por supuesto y que hacen las delicias de las decenas y decenas de inmigrantes colombianos que viven y trabajan en las ciudades españolas. Ellos se lanzan y ocupan los puestos estelares de las llegadas de la Vuelta. Esperan a los suyos, como en Becerril de la Sierra.

Les da igual quién lidere la carrera (Primoz Roglic) y hasta que Alejandro Valverde recupere la segunda plaza de la general. Quizás este último hecho hasta les da rabia porque el perjudicado, en este caso, no es otro que Nairo Quintana, el que respeta el campeón del mundo para no perjudicarlo, para no echarlo del podio y para mayor satisfacción de Sergio Higuita, un chaval colombiano de 22 años, otro de los buenos, uno más que ha crecido en el bosque de setas de su país, para imponerse en la gran etapa de la Sierra madrileña.

"¡Vamos chino!", le grita un periodista colombiano para animarlo. Chino no es un término despectivo, explica. Se lo dicen a los chicos que son menuditos como Higuita, buen escalador y bueno también en las llegadas masivas. Otro del que se hablará al lado de los ya consagrados Quintana, Urán y evidentemente Bernal.

Se mueven las banderas colombianas, los gritos patrióticos. La avenida (ver para creer) José Antonio Primo de Rivera de Becerril vive una especie de éxtasis sudamericano. Y más cuando sube Higuita al podio y luego Superman que desplaza a Pogacar Superman de la cabeza de la clasificación de los jóvenes. Recibe los premios de manos del alcalde, Antonio Herrero, que acaba de llegar -ayuntamiento socialista tras más de dos décadas con el PP en el poder- y que no puede cambiar la denominación de la calle porque gobierna en minoría. Le gustaría, por eso, ponerle el nombre del último edil que hubo en la Segunda República.

Higuita se coló en la fuga del día, formada a medias por aventureros como él que buscan triunfar en la etapa de los tres puertos más famosos de la Sierra (Navacerrada, la Morcuera -por dos veces- y Cotos) y por corredores lanzados por los equipos con líderes en la general. En Cotos se fue en busca de la victoria y en su descenso, con los jefes de la Vuelta pisándole los talones, vive una intensa agonía, poco más de medio minuto, entre un Roglic que quiere empezar a saborear el aparente triunfo en la carrera y un Valverde que por una vez corre en plan moderado. No quiere enloquecer para ganar la etapa y sobre todo no desea impulsar mucho la escapada porque comprueba que resulta imposible que se descuelgue el jersey rojo y porque Quintana ha perdido, como Pocagar, la rueda buena en la fase principal de la subida a Cotos. Qué distinto habría sido todo con Nairo al lado de Valverde y sin que peligrase a manos de Superman la tercera plaza de la general.

Roglic prefiere correr con astucia. No se inquieta cuando se queda sin gregarios porque ya está acostumbrado. Es mejor nadar y guardar la ropa que atacar, lo que ni necesita ni le conviene. Hasta se permite ganar a Valverde el esprint por la segunda plaza. "Si hubiese estado en juego el triunfo de etapa habría sido otra cosa, pero me da igual ser segundo que tercero", defiende Valverde en Becerril.

Queda solo una batalla, el sábado en la Sierra de Gredos porque este viernes un esprint o una fuga se coronará en Toledo. Se anuncia mal tiempo. A Roglic, crecido entre esquís y nieve, poco le importa. No hay cava ni champán, solo cerveza en el podio de la Vuelta. Abajo le espera su mujer, a la que entrega las botellas que le han regalado. Él no bebe, Lora, su chica, no tiene problema. Él se reserva para el domingo, con permiso de Gredos y Valverde. Se desconoce si es feliz, aunque aparentemente sí sonríe y besa a su mujer y al bebé. Con el resto de los humanos se muestra tan frío como el invierno de Eslovenia.