Llegaron con el salmorejo aún en la garganta y se fueron a pasar la soleada y agradable tarde -en lo climatológico- por las calles de Córdoba. La afición blanquiverde no tuvo prisa en llegar ayer al estadio El Arcángel, donde su equipo disputaba un partido muy importante ante el Sporting. Acostumbrada a las decepciones en esta temporada, la hinchada cordobesista degustó con calma el almuerzo dominical y, en familia, con paso lento y sin achuchones, se plantó en el coliseo ribereño menos de media hora antes del inicio del partido, a las 16.00 horas.

Tanto es así que cuando saltó a calentar el Córdoba, casi a las 15.30 horas, no había más de 1.000 espectadores en la grada. Un equipo blanquiverde que pisó el césped ocho minutos después que su rival, como si quisiera posponer el amargo trance de volver a jugar un partido en Segunda. Y lo que es triste: puede que, la próxima temporada, cada minuto que se jugó en la categoría de plata se recuerde con nostalgia.

Así las cosas, con el partido empezado y los 10.000 fieles de siempre en sus localidades, fue cuando entró el grupo Brigadas a su zona en el fondo sur, mientras que en el fondo norte Incondicionales desplegaba una pancarta que rezaba «Jugadores, el escudo no se arrastra». Los empleados de seguridad se encargaron de llevarse el rótulo y fue entonces cuando el grupo mostró un segundo mensaje, apuntando en este caso al presidente del club. «Tu gestión, nuestra vergüenza. Gracias León», se leía en esta segunda pancarta.

Antes de comenzar el partido, el Córdoba entregó al Sporting una camiseta con el lema «eterno Quini»

Entonces, el ambiente se enrareció notablemente, aún con 0-0 en el marcador, con el partido en una fase de poco fútbol y con buena parte del estadio cordobesista indignado porque se retirasen ambos mensajes de la grada del fondo norte. Fue entonces cuando el grito «directiva dimisión» se hizo mayoritario, aunque el posterior gol de Carrillo, que adelantó al Córdoba en el minuto 30, hizo que lo que pasaba en el terreno de juego cobrase de nuevo más valor que lo acontecido en los asientos.

Esa afición que entró a última hora en el estadio dio síntomas de creer en la victoria, y fue en los ocho minutos que pasaron entre el tanto de Carrillo y el empate de Peybernes cuando parecía que la cosa iba a cambiar, que la dinámica de las últimas semanas iba a dar un giro de 180 grados. Pero nada más lejos de lo que ocurrió.

Tras el empate del Sporting volvió la sensación de que, aunque bien plantados en el campo, los jugadores del Córdoba eran incapaces de mostrar todo el pundonor que se les exige en la situación actual. Los cánticos de la afición tornaron entonces contra ellos, en un ambiente para nada propicio para cualquier intento de remontada clasificatoria. Entre pipas, silbidos, «jugadores mercenarios» y lamentos, el Sporting aprovechaba un nuevo fallo defensivo del Córdoba -¿cuántos van esta temporada?- para darle la vuelta al partido. Alejandro Alfaro daba indicaciones a sus compañeros desde la banda, mientras calentaba. Rafa Navarro paseaba casi mudo por la banda y, finalmente, la afición desfiló de vuelta a casa mayoritariamente en silencio, como el que se va de un funeral. Este Córdoba cada vez tiene más pinta de equipo cadáver, que agoniza sin remedio y al que ni sus familiares ni sus amigos encuentran más consuelo que visitarle cada dos semanas.