El barcelonismo vive con el corazón encogido ante el desenlace inminente del futuro de su capitán, Andrés Iniesta, quien parece que aterrizará el curso que viene en la Liga de China y pondrá punto y final a su larga relación de amor con Barcelona y, cabe esperar que después del verano, con la selección.

Aunque hay quien aún alberga la posibilidad de que esto dará un giro de 180 grados, todo apunta a que el que ha sido uno de los tres o cinco mejores jugadores de todos los tiempos que ha dado el fútbol español tenga ya decidido que su etapa en la Liga pasará a mejor vida este verano y que acepta el desafío de jugar en Asia, en una Liga con muchas pretensiones, pero claramente a años luz de los mejores torneos europeos y sudamericanos.

El Barça y el barcelonismo se preparan sin desearlo para días de emociones fuertes. A partir de mañana, el correo proveniente del club catalán o su página en internet serán los puntos calientes donde aparecerá la convocatoria de prensa de Andrés Iniesta. No se va un cualquiera, sino un futbolista 10 en todas las dimensiones, dentro y fuera del campo, a quien no discute ningún aficionado, ni del Barça, por supuesto, ni de su larga lista de rivales. El barcelonismo sabe que no está preparado para el vacío que dejará Iniesta. Mucho se habla en todos los rincones del barcelonismo que el día en que se acabe Messi, el club se deprimirá, pero mientras ello no se vislumbra a corto plazo, esa agonía parece llevadera. Pero lo más inmediato no es el caso Messi, sino el de Iniesta, y este parece tener los días contados para resolverse de la peor manera para los intereses del equipo catalán y para la selección española.

El pasado sábado en el Wanda Metropolitano, donde Iniesta levantó su 31 título como azulgrana y la Copa número 30 para el Barça, el capitán vivió una noche irrepetible, abarrotada de buenas sensaciones y emociones. Marcó un gol, dio un espectáculo futbolístico y solo le quedó salir a hombros. Valverde escenificó esto último cambiándole a poco de finalizar el partido y el campo se vino abajo, a lo que también contribuyó el aplauso sincero de la mayoría de los sevillistas. Para los culés parecía una broma de mal gusto ver a su capitán desfilando hacia el banquillo.