AYER Y HOY

El Córdoba del 2011 era un club en concurso de acreedores y con más de ocho millones de euros de deuda y, ya entonces, se anunciaba que su gestión tendría cierto control -más de los que muchos suponían y menos de lo que se cree ahora- por parte de la LFP. Como todos los de Primera y Segunda. Paralelamente, había que seguir compitiendo y en los tres primeros años de la era González se jugaron dos eliminatorias de ascenso y en la que se fracasó en Liga se tuvo el analgésico de la Copa con el Barcelona. En aquellas tres primeras temporadas, la entidad blanquiverde presupuestó en total veintitantos millones de euros de los que la mitad -algo más- fueron para las plantillas deportivas.

Con una salvedad importante: el equipo que terminó subiendo a Primera se confeccionó con menos de tres millones de euros. Endilgar sólo a la suerte aquel éxito parte de una opinión casi siempre interesadamente partidista. Sería tan injusto como decir que el Córdoba que regresó a Segunda, con un gasto total de 13 millones de euros, y entrando como cuarto en su grupo como entró, se debió también sólo a la suerte. Tan injusto, por no decir otra cosa, como aseverar que el éxito deportivo no va en consonancia con la inversión. Si se toma como patrón haber ascendido con menos de tres millones de euros es evidente que la Segunda B espera con los brazos abiertos. Pero aquel Córdoba invirtió tan poco porque apenas tenía. Porque el concurso de acreedores estaba ahí y entonces aún no pagaban las TV lo que pagan ahora ni había tantas expectativas de ingresos en otras partidas. Estaba en el horno casi todo, pero aún no se había cocinado. Y otros ingresos, como los de publicidad, bajaron.

Lo ocurrido el 22 de junio del 2014 supuso una emoción indescriptible por lo deportivo. Pero también era una oportunidad de oro porque el pobre de siempre, al que le llamaban todos los días y a la vez el banco, la compañía sevillana y el cobrador del frac, se quitaba por fin todo ese lastre y podía empezar de cero. ¿Qué digo de cero? Desde luego no sería el Córdoba un club rico, pero aquel día el cielo le dio una oportunidad de comenzar de nuevo, como si al parado de cinco años y viviendo con la familia en casa de los abuelos le toca el gordo. No le resuelve la vida, pero sí que puede otear el futuro con otra mirada. No más pesares, trabajo, vida ordenada por fin. Aquel 22 de junio muchos creímos que al Córdoba le llegó la oportunidad de su vida.

HOY Y MAÑANA

Una nueva vida que comenzaba por deshacerse del lastre de la deuda y no de «capitalizarla», como empezaron a decirnos. Una nueva vida en la que los números, por ejemplo, estuvieran claros. ¿Qué digo claros? Que se tuviera acceso real a ellos. Una nueva vida en la que los profesionales tomaran decisiones y apechugaran -para bien y para mal- con ellas.

En cambio, el Córdoba pareció convertirse en un club en el que ascendía uno y bajaba, meses después, toda una ciudad. De más de 60 millones ingresados en las tres últimas temporadas ni tan siquiera el 30% se ha dedicado a la primera plantilla. Con más de 16 millones se han dedicado 4,9 al plantel. El año del ascenso, con la mitad de ingresos, se dedicaron casi tres a jugadores y cuerpo técnico. Comprueben la proporcionalidad. Todos creíamos que con aquel ascenso el Córdoba sería diferente. Y vaya si lo ha sido. Y como con el argumento de la suerte llega el argumento del pasado. Un amigo, ayer mismo, me refirió a «los que había antes» en el club como respuesta a lo que se ve hoy en el Córdoba, en el estadio, en las oficinas, en el césped. ¿Qué mas le da a un aficionado quién estaba en el club hace seis, ocho o 15 años?

El mismo argumento interesadamente partidista para colocar a unos y a otros en una trinchera. El Córdoba es un club que está entre los cinco primeros de la categoría en número de abonados, en asistencia a El Arcángel, en ingresos totales y ventas de publicidad y merchandising. Y eso, discúlpame amigo Diego, no se despacha con un «pues anda que los que estaban antes». Estar a la cabeza de todos los índices económicos y sociales de Segunda implica que económicamente se ha de estar ahí. Y no en el puesto 12 del límite salarial impuesto por la LFP, con unos parámetros que el dueño del club declaró «no saber». Porque los de antes no lo hicieron todo lo bien que se podía esperar, ahí están números y otros aspectos legales que hubo, pero eso además de que es pasado, ocurrió en una situación económica muy diferente a la actual, sobre todo tras el paso por Primera División. Al menos, debía serlo. Aún hoy, a ocho días del final del mercado invernal, con el equipo a tres del descenso, camino del cuarto fracaso en seis temporadas y con un cabreo en aumento, el propio Córdoba se encarga de avisar de que igual vienen dos jugadores. El túnel del tiempo nos traslada a enero de 2008 o 2011. ¿Un Córdoba grande?