Sobre el portero del Crystal Palace, Wayne Hennessey, pendía la duda de si había realizado un saludo nazi en una cena de equipo, según se vio en una foto colgada en Instagram por un compañero gracioso. Este tipo de situaciones suelen generar escandalera en la tierra del Brexit. La Federación inglesa de fútbol estudió la imagen y finalmente optó por no sancionar al guardameta. Curiosa coincidencia que este episodio ocurriera en la semana en que se ha estrenado en los cines británicos la película The Keeper, el relato biográfico del conocido como portero nazi, el alemán Bert Trautmann, leyenda del Manchester City.

Los seguidores del City de cierta edad conocen la apasionante historia de Trautmann, o conocen lo sustancial para el aficionado a sus colores. Conocen que en la final de Copa de 1956 contra el Birmingham City se arrojó a los pies de un rival a falta de 17 minutos y se rompió el cuello; saben que continuó jugando a pesar de la lesión, aún hizo un par de paradas cruciales y resultó fundamental en el triunfo por 3-1. Tres días después se reveló la fractura y entonces se le reconoció definitivamente como un héroe, historia que se cuenta de padres a hijos.

Pero Trautmann había sufrido experiencias más tortuosas que un cuello roto por un lance del juego. Antes de ser considerado un portero de clase mundial y haber disputado un total de 545 partidos para el City a lo largo de ocho temporadas (se retiró en 1964), Trautmann fue un destacado soldado para el Ejército de Hitler, combatiente en la segunda guerra mundial y testigo de crueldades varias y objeto de otras tantas.

UN MILAGRO BÉLICO

No era el buen nazi, el hombre empujado por el destino, incapaz de salir de la corriente, como los seguidores del City creyeron a lo largo de los años, tal y como subraya un estupendo texto sobre la película publicado en The Guardian por un articulista fan de los blues. En realidad, Trautmann fue un militar de alto rango condecorado por los nazis que abrazó la doctrina hitleriana por completo.

Su supervivencia puede considerarse uno de esos milagros de los conflictos bélicos. Esquivó la muerte en el frente ruso pese a una explosión cercana. En Francia permaneció sepultado entre ruinas durante tres días tras una lluvia de bombas. Fue atrapado tanto por los rusos como los franceses. En ambos casos logró huir. Sobrevivió también al bombardeo aliado de Kiev. Y volvió a ser capturado, esta vez por norteamericanos en Francia. Cuando temía que iba a ser fusilado, escapó saltando una valla. Pero cayó a los pies de un soldado británico, que lo volvió a apresar.

Acabó siendo trasladado a un campo de prisioneros de guerra de Lancashire, en Inglaterra, después de haberse convertido en uno de los 90 supervivientes de un regimiento de mil hombres. En ese campo de soldados capturados empezó a ponerse bajo los palos por primera vez en su vida en los partidos de fútbol que se disputaban. Y no debió hacerlo nada mal.

UN ALEMÁN EN LA LIGA INGLESA

Jack Friar, el padre de quien se convertiría en su esposa, le hizo un contrato con el St Helens tras la guerra. De ahí lo fichó el City. Una incorporación que despertó una furia tumultuosa. Los exsoldados nazis con un don con el balón se alistaron en diferentes clubs de la liga alemana. Lo normal. Muy raro era ver alguno en la liga inglesa. Y en el caso de Trautmann, no gustó. Enseguida que se anunció su traspaso recibió amenazas de muerte. Alrededor del estadio del club, con amplio seguimiento entre la comunidad judía, se agolparon unos 20.000 enfadados seguidores que le gritaron de todo: nazi, criminal de guerra y así. Envíen al nazi a casa, le recibieron los titulares.

El acoso terminó gracias a un rabino cuyos padres fueron asesinados en el Holocausto. En una carta al Manchester Evening Chronicle, escribió que Trautmann no debía ser castigado por los terribles crueldades que sufrimos en manos de los alemanes. Si este futbolista es una persona decente, juzguemos a las personas por su conducta individual.

Trautmann se ganó a la gente con sus actuaciones bajo los palos y también por sus esfuerzos en mejorar las relaciones anglogermanas. La película, estrenada a mediados de marzo en Alemania, pone el foco en la relación con su pareja pero sobre todo en la culpa, el arrepentimiento y la angustia por su participación en los crímenes del nazismo.

ÚLTIMOS DÍAS EN VALENCIA

Para el director de la película, Marcus H. Rosenmüller, Trautmann perteneció a una generación que le resultaba prácticamente imposible hablar sobre lo que había visto, ya fueran víctimas o verdugos. Fue honesto al decir que no podía haber interferido en nada porque le faltó coraje. No fue: mierda, no pudo hacer nada. Fue más bien: mierda, me faltó valentía. Para mí, fue heroico decir: Lo hice mal", comentó al rotativo londinense.

Rosenmüller visitó y entrevistó a su protagonista en el 2010, en su casa en las afueras de Valencia, donde acabó sus días. Murió en el 2013 y Rosenmüller cree que debería ser recordado, además de como un gran portero, como "la personificación de la verdad y la reconciliación". Es lo que pretende con el filme recién estrenado.