A no ser que seas deportista profesional y, en algunos casos de élite, vivir del deporte es muy complicado en España. Por ello, toda persona que se dedique de manera habitual a la práctica deportiva debe fraguarse, al mismo tiempo, un porvenir para tener un futuro asegurado. Es el caso de César y el juvenil Ismael López, dos jugadores del Itea Córdoba.

César Velasco reside en un piso de la calle Ceuta. Vive en Córdoba dado que está realizando las prácticas en la empresa Aventuras Límite, dentro de su Grado Medio de Actividades Física y Deportivas. El jugador egabrense comenzó jugando al fútbol y llegó al Séneca, donde aún recuerda aquellos viajes en carretera para entrenar en el Enrique Puga. «Iba tres días a la semana y debía a salir a las cinco de la tarde y hasta las nueve de la noche no regresaba». Y tras el esfuerzo físico del entrenamiento, «debía cenar algo, hacer los deberes o estudiar y acostarme para el día siguiente», recuerda César.

Otro estudiante del Itea Córdoba es el del juvenil Ismael López. Este jugador prieguense, que habita un piso de a calle Felipe II junto al Coso de Los Califas, ha comenzado este año el Grado de Magisterio en el Sagrado Corazón. Pero su historia es distinta, pues en Benamejí compaginaba fútbol y fútbol sala. Llegó a ir convocado con la selección cordobesa, aunque finalmente se decantó por las pistas de parqué en lugar de los campos de fútbol. Es el primer año que vive fuera de casa, «aunque mis padres ya están acostumbrados a que esté fuera pues he ido de intercambio con estudiantes franceses y he hecho bastantes viajes con mis amigos», subraya López. También es su primera temporada en el Itea tras cuatro temporadas en Benamejí. Su día a día también está muy estructurado: mañanas de clase en la universidad, tardes de estudio y noches de entrenamiento en Vistalegre.

Aunque pueden compaginar ambos oficios, ambos destacan la distancia que les separa de sus familias y amigos. «Hay ocasiones que juego con el juvenil y el primer equipo y entonces debo quedarme», apunta López. Estos dos jugadores coinciden también en el poco tiempo que tienen para visitar a sus familias y amigos. «Cada vez que llego al pueblo es para ver a la familia y salir un poco con los amigos, no da tiempo a más», destaca César.

Todo estos avatares de su cotidianeidad suponen un importante sacrificio y aunque el camino es largo, al final de dicha travesía se consigue la deseada recompensa. Pero hasta entonces, a esforzarse.