Las cunetas de Alpe d'Huez daban asco a última hora de la tarde del jueves. La montaña parecía un basurero y, sobre todo, una planta de reciclaje de botellas de cristal, de cerveza, por supuesto. El Tour, en palabras de su director, Christian Prudhomme, admitió este viernes que los mensajes de calma, sosiego y civismo que la organización envió a los espectadores movilizados a lo largo de la subida de las 21 curvas "no tuvieron el efecto deseado". Durante la segunda parte de la escalada los acontecimientos desbordaron a la prueba.

Ni los 500 gendarmes movilizados a lo largo de los 13,8 kilómetros de subida, ni el refuerzo de los propios servicios de seguridad del Tour, ni siquiera las vallas y las cuerdas montadas en las zonas supuestamente más conflictivas, pudieron evitar, sobre todo, que un espectador tumbase a Vincenzo Nibali, cuarto en la general y ganador de la edición 2014, que se fracturó una vértebra y abandonó, ni que un aficionado, que fue detenido, diera una colleja a Chris Froome durante el ascenso a Alpe d'Huez.

"La responsabilidad de la organización es proteger a los corredores en carrera. Lo que ocurrió en Alpe d'Huez no estuvo bien. Nadie quiere ver esas cosas", admitió este viernes Chris Froome, que sigue siendo el gran favorito a la victoria a pesar de que su compañero Geraint Thomas lleve el jersey amarillo.

Alpe d'Huez vivió un ambiente alejado absolutamente de los principios básicos que siempre han respetado los seguidores al ciclismo de toda la vida, tales como no pitar a los corredores (Froome y Thomas fueron abucheados, este último en el podio), no molestarlos y sobre todo no tumbarlos. El aficionado de siempre anima, da agua y hasta empujones discretos a los corredores rezagados, al margen de banderas y países.

"No fue el comportamiento que nos gusta ver en las carreras. En varias curvas tuve que frenar por culpa del público. La fortaleza de nuestro deporte está en el contacto con la gente. Nos han de respetar", se quejó Romain Bardet, la principal figura francesa