Hubo un tiempo en el que el Tour siempre era igual. Una primera semana en llano, donde la consigna era no caer, finalizaba con una larga contrarreloj que servía de preámbulo a la gran montaña, en ocasiones los Pirineos y en otras los Alpes, para cerrar siempre la prueba, antes del paseo por París, con otra contrarreloj, casi siempre llana y de abultado kilometraje.

El Tour había entrado en una dinámica, al margen de ser y con diferencia la carrera ciclista más importante del mundo, que la conducía a convertirse en la más aburrida de las tres grandes rondas. El Giro suele decidirse en la última etapa y la Vuelta, pese a estar dominada a veces por un ciclista, se activa cada día gracias a puertos cortos y asfixiantes.

El Tour lleva unos años que se disputa bajo la dictadura del Sky, sin apenas ataques decisivos, por lo que era necesario tirar los viejos papeles de recorrido a la basura y buscar nuevos alicientes. Y hasta conseguir, como ha hecho Christian Prudhomme, el director de la carrera, que los datos más importantes de la carrera no se filtraran, todo un éxito, incluso enmudeciendo a las redes sociales.

Por fin, en el 2018, se verá un Tour distinto que le costará ganar a Froome (buscará una quinta victoria entre el 7 y el 29 de julio próximos para igualar a cinco con Anquetil, Merckx, Hinault e Induráin, porque Armstrong no existe) con muchas etapas la primera semana por Bretaña, casi clásicas de un día, y con una trampa letal, los adoquines de la París-Roubaix. Todo ello antes de que aparezca un tramo sin asfaltar por los Alpes (la ascensión al Plateau des Glières, la cima de los guerrilleros republicanos españoles), una etapa de fábula de corte clásico con la Madelaine, la Croix de Fer y la subida habitual a Alpe d’Huez y tres etapas por los Pirineos; una de ellas, la jornada reina del próximo año, de solo 65 kilómetros, nerviosa, casi una cronoescalada en línea y que será una tortura para cualquier equipo (solo ocho corredores por escuadra), incluido el Sky.

Sin Alberto Contador, con Mikel Landa al frente del Movistar aunque con jefatura compartida con Nairo Quintana, el próximo Tour tiene dos jornadas muy especiales y que son la cita con el pavés del Infierno del Norte y la etapa en línea más corta de los últimos años, entre Bagnères de Luchon y la subida al Portet, inédita -todavía debe asfaltarse- tras superar la rampa de Peyragudes donde Froome se atascó en julio, y Val Louron, un día en el que los ciclistas subirán algo más de la mitad de los 65 kilómetros programados.

La hora de las piedras

Pero, ¿y si los adoquines se convierten en los jueces del Tour? Porque nunca la ronda francesa se había atrevido a incluir casi 22 kilómetros repartidos en 15 sectores por las piedras de la París-Roubaix para tormento de ciclistas como Froome. «Igual tengo que apuntarme el año que viene a la París-Roubaix», bromeó en París el británico. Y, para innovar, una contrarreloj final por las tierras vascas de Iparralde pero con un puertecito trampa con rampas del 22%. Así será el próximo Tour, que obsequiará a los araneses con unos kilómetros por su llanura y por el Portillón cuyas curvas están dedicadas a los ganadores españoles en París; un Tour distinto que no le va bien a ninguno, lo que se traduce en espectáculo y sorpresas. Nadie se dormirá a la hora de la siesta. Menos mal.