En esto del fútbol o de intentar contarlo nos perdemos en ocasiones, en demasiadas ocasiones posiblemente, en intentar adornar o revestir de literatura, adornos o giros lo que simplemente se explica desde el propio fútbol. Nos ponemos, por ejemplo, a recordar la infancia y buscar paralelismos de momentos inmensamente felices que se vivieron con el éxtasis que nos provoca un partido o un equipo en concreto 30 o 40 años después de aquellos instantes que creíamos irrepetibles o difícilmente equiparables. Caben todos los sentimientos: desde la melancolía a la frustración, pasando por la esperanza. En ocasiones, comentándolo con un buen amigo, hemos llegado a la conclusión de que mucho de lo que lleva el fútbol, incluyéndonos nosotros mismos, es accesorio. Que el fútbol se explica, casi siempre, solo. Que adornamos en demasía lo bueno o que nos quedamos cortos en ocasiones con una crítica afilada, por mucho que los protagonistas, siempre de piel fina para la censura y con brazos abiertos al halago, se quejen. Incluso públicamente. También están los espectadores, aquellos que son capaces de reprocharte, incluso, que no has incluido una ocasión a favor o en contra de su equipo, de lo que deducen que tu intención es aviesa, predeterminada o, directamente, interesada. También existen los debates estériles, de los que no está exento el Córdoba, ni mucho menos, y que se abren cuando un equipo está en crisis, en descenso o último y se discute si fulanito ha de ser titular o no. Como si los problemas de un equipo con casi una treintena de goles en contra, como es el blanquiverde, con 10 puntos de 39 y con enormes carencias estuviera en las piernas de uno de los jugadores, que lo que quieren, siempre, es jugar.

Tras el encuentro que perpetró anoche el Córdoba en Lorca otro amigo me repitió una frase que, por desgracia, esta temporada se ha hecho recurrente: «A ver cómo cuentas esto».

Lo de anoche, por desgracia, está contado desde hace semanas, por no decir meses. Al fútbol hay que quitarle mucho golpe en el pecho y dejar los sentimientos para la grada, verdadera depositaria del cariño a un club. Lo demás, postureo. Y este Córdoba va a generar mucho sufrimiento esta temporada. Se vislumbraba en verano y se confirmó nada más empezar la competición de verdad, fuera de valoraciones subjetivas de todos (muchas de ellas interesadas), lejos ya del márketing de garrafón y del cambio total para que nada cambie. Ante el verdadero medidor: la Liga.

Posiblemente recuerden el Córdoba de la 2011/12. En aquella plantilla había jugadores de calidad, más de la que se podía presuponer en un principio. Y varios de ellos, de esos futbolistas con calidad, no eran líderes. Ni del equipo ni, mucho menos, de vestuario. Pero la ola que otros generaban (con mención especial a su entrenador), esos jugadores en concreto eran los encargados de subirse a esa onda y dar un paso más allá, de mostrar un pellizco de fútbol más, de provocar un olé más en la grada. A esos en concreto nunca se les podía exigir coger el bastón de mando, dar un golpe en la mesa, asumir un liderazgo. Ese papel estaba reservado a otros, quizás un escalón por debajo en lo que a calidad se refiere, pero sí con otras virtudes para el trabajo en grupo.

El actual Córdoba es un equipo falto de muchas cosas que se han de tener en un vestuario. De intangibles que no conoce el máximo responsable de la configuración de esta plantilla. Sobra de algunas cosas, que además son supérfluas, y falta de otras muchas. Y si hablamos de fútbol, tres cuartas partes de lo mismo. Por lo tanto, la discusión sobre este Córdoba no es si bajará o no, la discusión es si llegará con algo de vida a la ventana para poder reajustar el grupo para tener un mínimo de esperanza de abril a junio. Porque hoy por hoy este Córdoba está en Segunda B. Y las sensaciones que transmite y las ejecuciones sobre el campo que muestra dirigen la mirada hacia el descenso sin remisión.

Merino no ha hecho reaccionar al Córdoba. En 270 minutos, su equipo ha anotado un solo gol y de penalti que no era. Continúa sin cerrar la portería, ya que ayer volvió a caer derrotado ante un recién ascendido, el equipo con más bajo presupuesto de la categoría y, curioso, de nuevo con cuatro exblanquiverdes en su plantilla. Un equipo que sufrirá horrores para mantenerse en Segunda ganó al conjunto blanquiverde, por lo que se agradece que haya las primeras voces de autocrítica en el vestuario. En la jornada 13. Jona no quiso mirar a la grada, ni al ambiente, ni a la prensa, ni al derrotismo, ni a la presión, ni al empedrado. Justo es reconocerlo y agradecerlo. Por un momento creímos que eran palabras de uno de los capitanes. Porque el encuentro en el Artés Carrasco no es de recibo.

Un Córdoba limitadísimo por configuración de plantilla y lesiones aguantó como equipo menor, muy pequeño, la primera parte en Lorca. Metido en la cueva ante un rival que, sabedor de sus limitaciones, busca llegar en muchas ocasiones para ver si una entra. No se vio a Dorronsoro en la primera mitad, pero sí a Kieszek en un par de ocasiones. En la segunda, la entrada de Aguza logró cortar esa sensación de superioridad de los de Curro Torres, pero siempre en un tono de encuentro bajísimo, quizás digno del presupuesto número 13 de la categoría y no de un «candidato» a algo que, recordarlo hoy, debería producir sonrojo a alguno.

No llegó Joao Afonso por centímetros a un remate de cabeza. Kieszek volvió a aparecer una vez más. Caballero, que había entrado los últimos minutos, tuvo la ocasión para sumar los tres puntos, pero no logró golpear el balón. Y casi en la última jugada del encuentro, el Córdoba volvió a encajar tras el enésimo desajuste defensivo.

Hace una semana explicábamos que cada partido del Córdoba había que explicarlo dando «el parte médico habitual» de un enfermo en la UVI. El miércoles oí el toque de difuntos en la iglesia de Cañero. Anoche, tras lo visto en Lorca, aquel tañido volvía a sonar en mi cabeza.