El Córdoba y Jesús León deben tener ya meridianamente claro que no habrá tranquilidad. Al igual que no la hubo desde finales del 2012, al montoreño le va aplicando el mismo sello. Su antecesor era un «tieso» y un «madridista». Él es sevillista y, por supuesto, también un «tieso». En esta ciudad en la que hasta en los buzones aparecen todos los días billetes y billetes sin parar y los espléndidos campan a sus anchas, se esconden todos, sin embargo, cuando se trata de comprar o vender al club de la tierra. No aparecieron en el 2011, ni en el 2016, ni tan siquiera en el 2017, cuando el último tieso, León, se acercaba cada vez más a la posibilidad de convertirse en dueño de la entidad blanquiverde. Eso sí, los espléndidos, lo que en el Betis se denominan los «notables», sí aparecieron a finales del 2012 para hablar, ya entonces, del nuevo mantra: fondo de inversión. Han ido comentándolo en las últimas semanas. ¿Quién? Un fondo de inversión. Ya, pero ¿quién? Un fondo de inversión. Así, un lustro largo al que dio fin, precisamente, Jesús León. Nueve millones y medio de pago en el que bien pudo aparecer alguien, un espléndido o un «notable» vamos, para colaborar, ayudar o acompañar. Es decir, crear un fondo de inversión, que no es más que la unión de distintos inversores. Pero no. Con aparentes dificultades, León ha pagado más o menos la mitad hasta ahora. Por cierto, inversores que sólo buscan rentabilidad. Hay que recordarlo porque escuchando a alguno pareciera que un fondo de inversión es como un jeque de aquellos, de los de verdad, que ponía y ponía como una gallina puesta bajo un foco de 200 watios sin esperar nada a cambio. Y no. Que pregunten en Málaga, León o, por qué no, en Lorca. Así, el que llegue al fútbol, sea tieso o le sobre la pasta, se va a ir con más dinero del que llegó. Siempre. Sea el que sea y tenga más o menos sentimiento. Y todos sin excepción, desde el primero al último, cordobés, madrileño, sevillano o catarí buscan rentabilidad económica. Porque el sentimiento es patrimonio de la grada. El que está en el banquillo o en la oficina tomará siempre decisiones que, aunque sienta los colores, irán en muchas ocasiones en contra del sentimiento. Quien no quiera ver que esto es un negocio tendrá un problema para entender lo siguiente.

Un símbolo, por definición, no debería tomar ningún partido. Si es un elemento nadie debería apropiarse lo que es de los demás, de todos, para acercarlo a sus ideas. Ejemplos en la política hemos visto a puñados. Si es una persona, ésta debe mantenerse lo más equidistante posible. El Córdoba tiene varios, pero uno bien visible, Rafael Campanero. Ha sido dirigente y sabe lo difícil que es lidiar con decisiones impopulares o mal acogidas por la afición, pero que el mandatario (él también) debe tomar porque entiende que se hace por el bien del club. Un club del que es presidente de honor. Y eso lleva a la obligación de entender a todas las partes y respaldar a todos en sus puntos de vista. Sí, unos le llamarían jarrón chino por ello, pero otros valorarían su posición salomónica. Dios me libre de enmendarle la plana a don Rafael, la persona, pero sí me gustaría sugerirle al símbolo que debe recordar todo lo bueno y menos bueno que ha visto, vivido, sufrido y ordenado dentro del Córdoba al que tan bien representa. Si él entiende que es equidistante y que preserva la estabilidad del Córdoba, al que tanto quiere, bien por él y nada más que decir.

‘Whatsapps’ que vuelan

Luego está la moda que se ha implantado últimamente, que no es otra que la de enviar mensajes de conversaciones privadas entre dos personas para facilitar su difusión por otros. Lo digo porque a mí también me envían charlas privadas de terceros y he comprobado últimamente que la fiebre ha subido varios grados. No me importa lo que diga en la intimidad un jugador sobre su entrenador, simplemente, porque pertenece a su ámbito privado. Lo mismo que no me interesa lo que comente un entrenador sobre determinados jugadores, porque también entiendo que pertenece a su círculo más cercano. Y no, no todos pensamos bien de todos. Ni todos nos parecen guapos y honestos. Pero posiblemente, uno de los menos honestos sea el que manda esa conversación privada entre terceros con el objeto de que se haga pública. Porque ahí, el interés, no es ni de los protagonistas de la charla ni del que se la cuenta al público, que cumple su cometido, sino del intermediario, como casi siempre en todos los órdenes de la vida. Por lo tanto, y al igual que en multitud de charlas privadas, nada hay que objetar ahí. Cada uno, en la intimidad, opina y dice lo que le da la gana. Y hay que volver al inicio: los símbolos, aunque pueda pesarle a alguno, son de todos, no de uno o de unos pocos, por lo que estaría bien que se les dejara su función de máximos representantes de una historia que, en el caso del Córdoba, tuvo sus puntos álgidos y también sus sótanos.

Creo sinceramente que es lo más justo que se puede hacer, pero si hablamos de justicia, la batalla en el Córdoba continúa y no acabó, desgraciadamente, con el adiós de Carlos González, del que sí que se heredaron multitud de causas pendientes en el ámbito de las togas. Ayer, precisamente, se dijo adiós a los dos últimos hombres de Luis Oliver en el Córdoba. Un tercero, ya fuera desde julio, está en los juzgados con una demanda por estafa presentada por el club, que entiende que el mismo día del adiós de Oliver volaron de las arcas varios cientos de miles de euros. Sin preaviso y por la cara. Las tomas de declaraciones van a comenzar pronto y las actuaciones en el Juzgado de Instrucción 7 se pueden demorar durante más de un año, pero tiene visos de ser, además de un caso enorme, un ingreso más que seguro a futuro para la entidad. Un ingreso que no es nada más que lo que le pertenece.

Demandas y rebajas

También esquivó el club una demanda interpuesta por un aficionado, ya en la etapa anterior, por impedirle aquel Córdoba de González la entrada a El Arcángel de manera que el demandante entendía arbitraria con él y con un familiar. En el fondo de la cuestión estaba, en realidad, una enmienda a la totalidad: que el reglamento aprobado por la entidad blanquiverde para sus abonados no debía aplicarse. En el cambio de propiedad se intentó llegar a un acuerdo y las partes no alcanzaron un punto en común. El Córdoba ha evitado pagar las costas y los más de 4.000 euros que se le reclamaban.

Quizás en esa docena de pleitos pendientes que aún tiene la entidad blanquiverde, la mayoría heredados, no entre el de la reclamación de cantidad del que fuera abogado del club, Antonio Romero Campanero, quien fue cesado en su cargo por León, aunque él afirmó que dimitió. El fondo, una reclamación de cantidad que tenía interpuesta el que fuera abogado de la entidad, tanto en la etapa González como en anteriores, por valor de casi 200.000 euros. Estando aún en el club se intentó llegar a un acuedo, que no fructificó. La cifra que ha admitido en los últimos días ha bajado desde esos 200.000 euros hasta los 60.000, aunque la negociación aún sigue abierta.

En noviembre se verá la demanda interpuesta por el concesionario de los bares de El Arcángel, otra denuncia que se arrastra de hace años y, en mayo, debe llegar la de reclamación de cantidad (unos 100.000 euros) de Albert Puig, el que fuera presentado como nuevo director de cantera en la etapa anterior a León.

Esa docena de pleitos tocarán a su fin relativamente pronto, aunque en teoría habrá audiencias previas, al menos, hasta finales del próximo año, en el que debería finalizar esta eterna judicialización del Córdoba. Ojalá el mayor problema que tenga sea el de la remisión de conversaciones privadas. Eso sólo hace daño al que las envía.